lunes, abril 30, 2007

Rubia Tarada

En mi perfil pueden ver que uno de mis placeres culpables es la farándula. Y por eso, esporádicamente hojeo revistas como la Cosas, la Tv y Novelas, aquí en España también lo he hecho, aunque hace mil años que no compro una revista de ésas. Bueno, y una de mis prácticas diarias es hojear x internet el Emol, a veces La Segunda y el LUN. En éste último, a veces se encuentran visiones y anécdotas más "sabrosas" de las noticias serias presentadas en El Mercurio y La Segunda, pero lo más habitual son sus pelambres puros o sus noticias de gente ignorada. Es como un anecdotario.
Bueno, la cosa es que casi a diario hojeo el LUN. Y me topé ayer con esa extraordinaria exponente de que entre la silicona y la actividad neuronal existe una proporción inversa: La Quenita Larraín. Hace tiempo que le tengo sangre en el ojo a esa peliteñida siliconada. Desde que dejó plantado al pobre Bam Bam en su ostentoso altar y luego se hacía la víctima cuando le preguntaban si era verdad que le puso los cuernos con un tenista español (y luego se arranca a España, en fin...). Luego va toda engalanada al estelar donde trabaja y cuenta "su verdad".
Pasa unos meses desapercibida, nuestro goleador rehace su vida y ella vuelve a hacer noticia por un romance. Que, por supuesto, no es con Juan Pérez, nooo, es con otro destacado deportista, otro número uno de billetera pesada: el Chino. Y se casa con él en secreto, para escándalo de papá Ríos que jamás se queda callado. Y después de unos meses de idilio, llega como de Vietnam, en silla de ruedas y con cuello. Nuevamente tenemos un despliegue de lágrimas, de dimes y diretes y una víctima con un cuero envidiable, enjuaga sus ojos azules mientras describe el "maltrato" que le hizo el tenista.
En fin, sólo un resumen de las aventuras de esta rubia tarada. La cosa es que como ahora ningún chileno en su sano juicio se arriesgaría a tener algo con ella, leí que está probando suerte en Perú. Bueno, bien por ella, a mí me da igual que se meta con el jet set peruano y se haga después la víctima, me molesta que todavía la gente le crea. Pero, si la mina va a Perú a hacerse famosa, que haga lo que ella sabe hacer (modelar, seducir y quién sabe) y que no se las dé de opinóloga política. Habría que ponerle un bozal: quién la manda a ella, que yo no sé desde cuándo sabe de política, a pelar a la presidenta en un país vecino.
La presidenta no es mi jefe de Estado favorito en la Historia de Chile. Pero, es la presidenta y, como tal, se merece nuestro respeto. Si no es en privado, por lo menos en público. Y sobre todo, si ese público son personas de otro país. Hay que tener dos dedos de frente (cosa que la rucia una vez más ha demostrado que no), para saber que hay ciertas cosas que NO se pueden decir por televisión. TODO el mundo sabe eso. Y qué raro que sea ella, justo ella, la que abre su desatinada bocota.
Lo más gracioso es que una periodista peruana dijo que deslumbró a todos con su inteligencia, por favor! Qué le pasa a los peruanos! Por favor, un llamado de utilidad pública a los periodistas sensacionalistas: en lugar de sacar noticias falsas, háganle un favor a la sociedad peruana y cuéntenle a sus colegas del país vecino las andanzas de Larraín por el jet set chileno. Porque esa modelo es lo más peligroso que he visto: de físico destacable (hay que decirlo, es regia), aparentemente simpática y dulce, manipuladora, ambiciosa, calculadora, seca para actuar como víctima. Cuando ya creíamos que este modelo de virtudes no daba espacio para una más, hace noticia, sacando a relucir otra habilidad: su desatino.
Hay mucha lacra en la televisión actual. Mucha rubia teñida, inflada en silicona y colágeno, famosa por exhibir sin pudor su cuerpo o contar, con igual desinhibición, sus peripecias sexuales con las estrellitas locales o internacionales. Pero para mí, ésta es de las peores. Porque siempre he creído que si una mujer es perra, que lo reconozca y todo bien. Ahí tienen a Angelina Jolie, famosa por sus gustos sadomasoquistas, con dos divorcios a cuestas y causante de la ruptura de una "golden couple" de Hollywood. Ella jamás se las ha dado de dama. Bueno, ahora se redime con su labor humanitaria, es cierto, pero jamás se ha hecho la señora bien. En cambio, la señorita Larraín sigue tratando de vendernos esa imagen de inocencia, cuando todos sabemos que entre ella y la Luciana Salazar o la Amalia Granata, la única diferencia son centímetros cúbicos de silicona o milímetros de tela.

sábado, abril 28, 2007

Las Memorias de Godswinta

Yo, Godswinta, dos veces reina de los visigodos, he decidido escribir estas líneas narrando los acontecimientos que han sucedido en mi familia. Escribo dominada por la ira, ya que me siento absolutamente traicionada por mi querido hijastro Recaredo, quien, al poco tiempo de ser coronado rey en Toledo, sucediendo a Leovigildo, mi difunto esposo, ha decidido abjurar de la religión de sus padres, convirtiéndose al cristianismo romano y condenando la doctrina de Arrio.

Ahora, ha convocado a todos los nobles y eclesiásticos a un Concilio, donde pretende reconocer esa vil mentira que afirman los católicos al reconocer en Jesús una divinidad similar a la de Dios Padre, su creador. En ningún momento, Recaredo, ese niño ingrato, ha pensado en mí. Y a mi dolor, por haber perdido recientemente a mi amado esposo, se suma ahora mi indignación contra mi hijo, que parece olvidar que he sido como una madre para él y los esfuerzos que hicimos con su padre para convertirlo en un hombre virtuoso, educándole en los valores de la fe arriana, la misma que mis padres y abuelos profesaron, así como todos los godos desde que el gran Ulfilas nos bautizara, dejando en el olvido nuestros antiguos dioses.

Hoy, la que parece haber quedado en el olvido soy yo. Para mí, la conversión de mi hijo es una puñalada en la espalda. Afortunadamente, no estoy sola en mi dolor. Tengo amigos que me apoyan y al igual que yo, permanecen fieles al cristianismo arriano. Esto me convierte en enemiga de mi hijastro.

Una vez más, la fe divide mi reino y mi familia, como ocurrió hace un par de años cuando aquél traidor de Hermenegildo, influido por la intrigante Ingundia y el insoportable de Leandro, no sólo abjuró del arrianismo, sino que además cometió la osadía de dividir el reino que tantos esfuerzos costó a mi querido Leovigildo unificar. Hermenegildo, después de hacerse bautizar católico, se declaró rey en Sevilla, uniéndose a todos los enemigos de mi esposo: bizantinos, suevos y esa plaga de senadores romanos que abundan en la Bética. Los unía su oposición a la política unificadora de mi amado Leovigildo y esa creencia absurda en la Santísima Trinidad.

Aunque ahora mi hijo Recaredo pretende conservar la unidad por la que su padre tanto luchó, no puedo sentirme orgullosa, porque lo hace con una fe equivocada. Que la doctrina defendida por Atanasio y Constantino sea adscrita por todo el reino, no hace que ésta sea menos errónea y herética.

La unificación del reino de los godos en Hispania es algo que he presenciado muy de cerca. Soy viuda de dos de sus reyes, además de ser como una madre para quien lleva actualmente la corona. Mi historia como reina de los visigodos comienza cuando yo era muy joven y fui dada en matrimonio a Atanagildo. Cuando lo conocí, jamás pensé que junto a él llegaría a lo más alto de las cortes de Hispania.

Recuerdo el día en que lo vi por primera vez. Yo era muy joven y soñaba con casarme con un hombre guapísimo, de buena familia y trabajador. Cuando lo conocí, el día que nuestros padres arreglaron nuestro compromiso, me desilusioné un poco. Porque no era tan guapo como me lo imaginaba. Además, quería casarme con un príncipe merovingio, me habría encantado ser reina de los francos. ¡Lástima que sean católicos! En lugar de un guapo príncipe franco, fui casada con este magnate visigodo. Con el tiempo me conformé, porque después me di cuenta que había cosas más importantes en la vida que la apariencia física.

Atanagildo y yo fuimos muy felices. Aunque no me casé enamorada, llegué a quererlo mucho. Aunque en un principio estaba furiosa con mis padres, por las razones que ya les comenté, me bastó hablar con él un par de veces para darme cuenta de que era un hombre inteligente, astuto y ambicioso. Yo desde pequeña soñaba con ser princesa, como todas las niñas. Pero cuando me casé, pensé que mi sueño jamás se cumpliría. Sin embargo, poco después me di cuenta de que él compartía mis sueños y yo lo motivé a luchar por el poder.

Llevábamos ya algún tiempo juntos, cuando Agila fue elegido como nuestro rey. Nosotros no estábamos de acuerdo con esa elección. Mi Atanagildo era un hombre carismático y muchos de los godos confiaban en él. Había llegado nuestra oportunidad. Así fue como un día, se despidió de mí, diciendo que lideraría una rebelión contra nuestro rey. En esta lucha, no se encontraba solo: además de nuestros fieles godos le apoyaban los bizantinos y esos ingratos hispanos, en los que yo jamás confiaría. Angustiada, esperé en casa, hasta que supe que mi esposo había salido victorioso y era alzado en el escudo, convirtiéndose en el nuevo rey.

Pero el reinado de mi Atanagildo no fue tan feliz como esperábamos. Los bizantinos, a los que mi esposo había solicitado ayuda, le cobraron instalándose en el sur de nuestro territorio. No sé si llegaré a ver el día en que esos griegos vuelvan a Oriente y nos devuelvan lo que usurparon.

Ese Liberio, líder de las tropas bizantinas enviadas desde Ceuta, nos fue de gran ayuda para derrotar a Agila en la Bética. Pero, mientras nosotros nos reorganizábamos tras la victoria, ellos se extendieron por las costas del sureste, alcanzando el Guadalete y el norte de Cartagena, ciudad que es ahora su capital en estas tierras. Esta expansión bizantina fue clave para el triunfo de Atanagildo, aunque después se convertiría en su dolor de cabeza. Porque cuando los bizantinos ocuparon el sur, los seguidores de Agila, percatándose de su ruina, mataron a su líder en Mérida, reconociendo a mi esposo como su rey.

Hubo una época en la que nuestro reino era dirigido desde Rávena por nuestros primos, los ostrogodos. Cuando mi Atanagildo llegó al poder, en el año 555, esta situación ya se había acabado, pero aún había mucho por hacer: lo primero fue fijar un lugar definitivo para nuestra corte, itinerante hasta ese momento. Decidió que nos instalaríamos en Toledo, a orillas del Tajo. Un lugar central, desde donde podríamos controlar toda la península y, además con poca presencia de los odiosos romanos y sus ritos católicos.

Mi pobre Atanagildo tuvo que enfrentarse, sin mucho éxito, a todos nuestros enemigos, para poder lograr cierta estabilidad en el trono. En la zona que los romanos llamaban Galecia y la Lusitania estaban los desagradables suevos, que a pesar de ser germanos, como nosotros, decidieron jurar su fidelidad a la Iglesia de Roma. Ellos habían creado un reino, que se oponía a nuestro deseo de dominar la Hispania. Pero no eran el único obstáculo al que el pobre Atanagildo tuvo que enfrentarse: en el norte estaban esos pueblos rebeldes, que se hacen llamar astures y vascones.

Y en la Bética se concentran esos hispanos que se jactan de ser de la nobleza senatorial romana, que nos desprecian y llaman “bárbaros”. Muy bárbaros seremos, pero igual somos militarmente superiores. Por si fuera poco, tenemos que soportar además la presencia de esos griegos enviados por Justiniano, que han ocupado desde Gadez hasta Murcia, en ese afán quimérico del Basileus de recuperar el control del otrora “Mare Nostrum” de los romanos.

Atanagildo y yo tuvimos dos hermosas hijas: Brunequilda y Gelesuinta. A cada una le dimos un marido digno de ellas, hijas del rey de los visigodos. El año 566 llegaron a nuestra corte los embajadores de Sigeberto I, rey franco de Austrasia, para pedir la mano de Brunequilda. Segiberto quería una esposa de noble estirpe, a diferencia de sus hermanos, que se habían rebajado a casarse con mujeres del pueblo.

Eso me parece inconcebible: si un hombre es hijo de reyes o noble, debe casarse con alguien de su misma condición. Además, el matrimonio es el mejor modo de establecer alianzas. Bien lo sé yo. Por eso, casé a mis hijas con príncipes francos. Y a mis hijastros, los hijos de Leovigildo, también les busqué mujeres nobles, dignas de ellos. Jamás habría consentido que se unieran a una campesina o a una actriz, como hizo Justiniano, emperador de Oriente. Eso me parece horroroso. Teodora no sólo era plebeya, sino que además tenía un pasado muy oscuro. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos de casamentera, he cometido errores, que me han costado muy caros.

Con mi pobre Gelesuinta nos equivocamos, al casarla con Chilperico I de Rouen, rey de Neustria. Antes de que cumplieran un año de casados, este mal hombre, instigado por una de sus concubinas, la pérfida Fredegunda, la hizo asesinar. Ha sido el más grande dolor que he tenido en mi vida. Ese maldito rey católico no supo respetar y amar a mi niña como ella lo merecía.

Mi otra hija, Brunequilda, tuvo más suerte con Sigeberto de Austrasia. Pero ahora pienso que, de volver atrás, jamás habría casado a mis hijas con reyes católicos. Mi Brunequilda tuvo varios hijos, entre ellos Childeberto, que heredó el trono de su padre, y esa terca Ingundia, que años después se convertiría en la esposa de mi hijastro Hermenegildo, y en la causante de toda esa revuelta que casi divide nuestro reino.

Cuando mi marido Atanagildo murió, como es habitual en este reino, muchos bandos se disputaron su poder. Fueron cinco meses sin rey, donde muchas veces los magnates me consultaron qué hacer. Ellos acudieron a mí, porque sabían que yo les aconsejaría, basándome en lo que Atanagildo hubiese hecho. Sin embargo, ese período ha sido muy incomprendido por mis enemigos, que con muy malas intenciones han dicho que yo ejercí una especie de regencia o interregno. Nada más alejado de la realidad. ¿Cómo podría yo, una simple princesa germana, osar gobernar al pueblo visigodo? Distinto es el hecho de que mis dos maridos y muchos magnates hayan considerado mis opiniones al momento de tomar decisiones.

Finalmente se decidió que el nuevo rey sería Liuva, el duque de la Septimania. Pero éste no contaba con el apoyo de todos los nuestros, por ser señor de un territorio galo, más allá de los Pirineos. Entonces, éste decidió asociar al trono a su hermano Leovigildo, quien por ese entonces pidió mi mano. La decisión del nuevo rey fue doblemente acertada, ya que Leovigildo no sólo residía en Hispania, sino que además se convirtió en mi esposo. Y yo, como viuda del rey anterior, tenía gran influencia entre los godos partidarios de Atanagildo. Eran otros tiempos…ahora sólo un reducido círculo me apoya, en contra de las desafortunadas decisiones de mi hijastro.

Leovigildo fue el gran amor de mi vida. A Atanagildo lo quise mucho, pero con Leovigildo todo fue distinto. A mi primer marido lo conocí siendo casi una niña, crecimos juntos y tuvimos dos hijas preciosas. Fuimos muy felices juntos, a pesar de los problemas que afrontamos al ser reyes de los visigodos y del dolor que nos causó el cruel asesinato de nuestra hija.

A Leovigildo lo conocí siendo una mujer adulta, madura, con hijas casadas y nietos. La primera vez que lo vi, mi Atanagildo aún vivía y él había quedado viudo hacía poco tiempo. Me pareció un hombre muy atractivo. Participaba activamente en el Aula Regia cuando Atanagildo era el rey. Yo lo veía llegar y a veces conversaba con él. Me parecía un hombre muy interesante, muy inteligente. Atanagildo siempre tomaba en cuenta sus opiniones.

Cuando quedé viuda, fue uno de los primeros en presentar sus condolencias. Aunque me parecía un hombre guapo e inteligente, yo aún no sentía nada por él. En ese momento lo vi como un amigo, que me acompañaba en mi dolor. Como él había pasado por lo mismo, supo confortarme con sus palabras y así, en un primer momento, empezó una linda amistad. Comenzó a visitarme con frecuencia y, no sé en qué momento, me di cuenta de que sentía algo por él. Si pasaban varios días en que no lo veía, comenzaba a echarlo de menos y cuando anunciaba su visita, corría a arreglarme y a cambiarme de ropa.

Cuando Liuva comenzó a perfilarse como el posible sucesor de mi difunto Atanagildo, Leovigildo y yo ya estábamos juntos. Nadie lo sabía, porque temíamos que se nos reprocharía, porque había pasado menos de un año de la muerte de mi esposo. Por eso, cuando Leovigildo se presentó como asociado al trono y comprometido con la viuda del rey anterior, todos creyeron que se trataba de una treta política. Pero, en realidad, estábamos muy enamorados. Aunque, debo confesar que yo ayudé mucho a Leovigildo y a Liuva para que fuesen reyes.

Siempre he sabido cómo convencer a los hombres. Y cuando Atanagildo era rey, yo siempre le di mi opinión y consejo. Por eso, sus hombres me respetaban y cuando él murió, siguieron consultándome las decisiones. Desde el principio, me parecía que Liuva y Leovigildo eran la mejor opción. No quise mover mis influencias de tal manera de que Leovigildo fuera el sucesor inmediato de Atanagildo.

A pesar de que es conocido mi poder de persuasión, nunca hay que hacerlo notar demasiado. Y que el nuevo rey fuera el futuro esposo de la viuda del anterior, me habría hecho ver como la gran responsable. Por eso, ocultando todavía mi relación con Leovigildo, convencí a los magnates de que eligieran a Liuva. Después de que éste fue coronado, hicimos público nuestro compromiso. Y como a algunos visigodos les pareció mal que el nuevo rey fuera duque de la Septimania, él anunció que su hermano, residente en Hispania y muy popular, sería asociado al trono.

Obviamente, hubo gente que se dio cuenta de que yo había movido mis influencias y algunos mal intencionados osaron decir que yo era la que realmente gobernaba. Pero, no fue así. Yo siempre fui la consorte del rey. Talvez, mucho más tomada en cuenta que muchas de las mujeres de los reyes anteriores, pero nunca fui más que una simple mujer que daba su opinión y consejo a su esposo. Y lo habría hecho, aunque mi esposo hubiese sido un campesino o un mercader. Tocó la casualidad de que mis dos esposos fueron reyes y entonces, mis opiniones y consejos maritales afectaron a toda Hispania.

Cuando murió mi cuñado Liuva, Leovigildo, al ser asociado al trono, se convirtió en su sucesor. Esto sucedió dos años después de la elección de su hermano, en el 569. Desde el principio y para evitar los desórdenes que provocan las sucesiones, asoció a sus dos hijos; Hermenegildo y Recaredo. Nunca me llevé muy bien con Hermenegildo, siempre me pareció un joven obstinado y rebelde. Nunca tuve una pelea con él hasta que se casó con Ingundia. Ahí nuestra relación se hizo insostenible. Antes de su matrimonio con mi nieta, habíamos discutido un par de veces, pero no había pasado a mayores.

Con Recaredo la relación siempre fue distinta. Mucho más parecido a su padre, inteligente como él, sabía escuchar la opinión de los demás. Desde el principio, nos llevamos muy bien y por eso él me considera su madre adoptiva. Jamás pretendí reemplazar a su difunta madre, pero cuando me casé con Leovigildo, traté de que sus hijos, entonces unos adolescentes, me vieran como una amiga. Con Hermenegildo logramos tener una relación cordial, aunque fría, que después empeoró por mi mala relación con su esposa. Pero para Recaredo yo fui su mejor amiga, su confidente y consejera, llegando a ser para él su segunda madre.

Estoy orgullosa de todo lo que hizo mi muy querido esposo Leovigildo por este reino. Él tenía el sueño de hacer de Hispania un gran reino godo, que incluyera tanto a germanos como a los romanos. Todos bajo el mismo rey, la misma ley, la misma lengua y fieles a la fe verdadera, aquella en la que nuestros ancestros fueron bautizados por Ulfilas.

Su primer logro fue acabar con ese odioso reino católico que tenían los suevos en el occidente de nuestra península. Mi muy inteligente rey logró aislarlos, evitando que se comunicaran con dos de nuestros grandes enemigos, que profesaban su misma fe equivocada: los francos en las Galias, lo que significó evitar que sus navíos salieran al Océano; y los romanos de la Bética, para lo que tuvo que cortar los caminos. En el norte se enfrentó a los rebeldes astures y vascones. No logró acabar con ellos, aunque sí logró contenerlos, estableciendo contingentes militares en León y Vitoria. Eso le dio mayor seguridad a nuestro reino. En el sur no tuvo tanta suerte, ya que aún siguen ahí esos bizantinos, a pesar de que logró reprimir una revuelta que provocaron y les confiscó sus bienes.

Leovigildo fue brillante al darse cuenta de que necesitaba consolidar su imagen de rey, imponiendo respeto entre sus súbditos, tal como lo hace el Basileus de Constantinopla. Era necesario empaparse de algo de esa pompa que rodea al emperador oriental. Por eso, Leovigildo incorporó el uso del cetro, de la corona, el manto real y el trono. Como nuestra monarquía es electiva, el rey necesita destacarse por sobre los demás, necesita ser amado y temido al mismo tiempo, para no sucumbir ante las conspiraciones o rebeliones. Yo disfruté con su idea de introducir la ceremonia de la coronación, en reemplazo de nuestra antigua costumbre de alzar en el escudo al nuevo rey. Es más bonita, más solemne y además, sirve para que romanos y bizantinos se den cuenta de que no somos tan bárbaros.

Otro acierto de mi rey fue en lo legal. Leovigildo decidió crear el Codex Revisus, una legislación única, válida para todos los súbditos del reino. Y para lograr que todos los habitantes de Hispania se identifiquen como parte de un mismo reino, derogó esa absurda prohibición de los matrimonios mixtos, entre godos e hispano romanos.

Sin duda, el mayor disgusto que enfrentó mi pobre Leovigildo fue esa horrible traición protagonizada por su propio hijo, Hermenegildo. Su padre lo comprometió con mi nieta Ingundia. Mi esposo cometió un error casando a su hijo con una princesa católica. Como la novia tenía apenas doce años, ingenuamente creímos que su marido lograría hacerla entrar en razón y convertirse al arrianismo.

A pesar de que fue un matrimonio arreglado, Hermenegildo e Ingundia se enamoraron de inmediato. Hermenegildo era un joven apuesto, muy parecido a su padre, alto, de pelo castaño y ojos azules. A Ingundia, una jovencita aparentemente ingenua y cándida, la deslumbró. Él se sintió profundamente conmovido por la frágil belleza de Ingundia. A pesar de que no me caía bien, debo reconocer que era una joven preciosa, muy parecida a su madre, mi hija Brunequilda, con su largo cabello rubio, sus ojos oscuros, pequeña y delgada. Talvez demasiado delgada. Eso la hacía parecer muy frágil.

Tan pequeñita y bella, cautivó a toda la corte de Toledo. El único problema era su negativa a abandonar su religión. Yo misma traté, inútilmente, de convencerla del error en que estaba al profesar el catolicismo. De hecho, la obligué a bautizarse en la fe arriana. Pero, su conversión era sólo en apariencia y se notaba que seguía fiel a su antigua creencia. Su obstinación, insólita en alguien tan joven, terminó acabando con mi paciencia. Sé que fui muy dura con ella. Pero es que para mí, el catolicismo es algo intolerable. No sólo es irracional pensar que Jesús sea tan Dios como su Padre, algo que carece de toda lógica; además no puedo dejar de recordar que fue un católico quien mató a mi otra hija.

La situación se hizo insoportable; cada vez que nos veíamos, Ingundia y yo terminábamos discutiendo y como yo soy más enérgica, ante los demás parecía que yo la maltrataba. Mi hijastro empezó a mirarme con odio y hasta mi esposo me reprochaba la forma en que trataba a la niña. Pero no podía evitarlo, ¡me sacaba de quicio su actitud desafiante disfrazada de piedad cristiana! A pesar de ello, Hermenegildo estaba loco por ella y sufría con la situación. Un día, entró furioso en mis aposentos, me gritó e insultó, furioso por la forma en que yo trataba a la joven. Incluso me culpó de que por mi culpa, ella no se había embarazado aún, porque estaba nerviosa y deprimida. Me dijo que si ella no le daba hijos, Leovigildo me dejaría, en castigo por dejarlo sin nietos. Por eso, su padre decidió enviarlos al sur, lejos de mí.

En Sevilla, Ingundia y Hermenegildo fueron felices, según lo que me cuentan. Dicen que se los veía frecuentemente pasear juntos de la mano por la ribera del Guadalquivir. Además, finalmente, la joven princesa quedó embarazada y tuvo un niño, al que llamaron Atanagildo, como su bisabuelo.

Pero, nuevamente, mi esposo se equivocó: su objetivo era afianzar su dominio en la Bética, zona donde contaba con muchos enemigos. Por eso envió a su hijo a ese lugar. Sin embargo, Sevilla no sólo sería el lugar donde Hermenegildo e Ingundia pudieron ser felices, sin las presiones de esta abuela arriana. También fue el lugar donde ese niño rebelde traicionó a su padre de la forma más vil.

Hermenegildo, lejos de la influencia de su padre, fue convencido por su tío, el obispo Leandro y por esa niña intrigante, a recibir un bautizo católico, olvidando su nombre godo y haciéndose llamar Juan. Debo reconocer que Ingundia era más hábil de lo que yo pensaba. Al principio, creí que era una niñita ingenua. Después, descubrí su porfía y obstinación. Pero en Sevilla, cuando su marido se vio lejos de la influencia de hombres sensatos como su padre o su hermano, ella pudo manipularlo a su antojo y para ello contó con la ayuda del detestable obispo de Sevilla.

Esta noticia nos dio un disgusto terrible, ya que el ideal de mi Leovigildo, que yo compartía, suponía una unificación de nuestro reino bajo la fe arriana. Sin embargo, lo peor estaba por venir: aprovechándose de que su padre luchaba contra los rebeldes del norte, el traidor de Hermenegildo decidió romper la unidad por la que su padre tanto se había esforzado, declarándose rey de la Bética en el 579, estableciendo su corte en Sevilla, imitando el boato del que se rodeó su padre, para afianzar su poder.

Como la Bética está llena de romanos, éstos obviamente apoyaron al advenedizo. También lo hicieron los bizantinos y los francos. Nuestro disgusto aumentó: a Hermenegildo no le bastó con bautizarse católico y romper la unidad de nuestro reino; además buscó el apoyo de nuestros enemigos. No me extraña que su pobre padre haya muerto poco después de estos sucesos.

Leovigildo tuvo que enfrentarse a su propio hijo, usando a su hermano Recaredo como mediador. El traidor fue apresado y exiliado en Valencia. Inútilmente, su padre lo exhortó a retractarse de sus actos y volver al arrianismo. Como se negó a hacerlo, finalmente mi pobre esposo perdió la paciencia y le dimos al traidor el castigo que se merecía: fue ejecutado por un verdugo.

En cuanto a Ingundia, no sabemos bien qué pasó con ella. Huyó con su pequeño hijo, al que tuvo la osadía de llamar Atanagildo, hacia el sur, pidiendo ayuda a los griegos, a pesar de que Leovigildo trató de evitarlo. Dicen que murió mientras viajaba a Constantinopla y que el niño quedó como rehén de los bizantinos. Eso es lo que se rumorea, aunque no lo sabemos con certeza.

Mi hija Brunequilda junto a su marido e hijo, desde Austrasia enviaron emisarios a Constantinopla, buscando al pobre niño. Pero todo ha sido en vano, no sabemos dónde está. Me da pena, porque a pesar de que sus padres no fuesen santos de mi devoción, no puedo olvidar que es mi bisnieto. Además, temo que se haya convertido en esclavo. Y esa idea es humillante: que un príncipe visigodo, descendiente de reyes de Francia e Hispania, sea siervo de los griegos.

¡Alguien de mi estirpe convertido en esclavo! La idea es demasiado horrorosa. Prefiero no imaginármelo y pensar que el niño murió. Pobre, él no tuvo la culpa de tener unos padres tan estúpidos. Porque lo que ocurrió con sus padres fue algo que ellos, con su actitud obstinada y su ambición, provocaron. Hermenegildo fue la persona más malagradecida que he conocido en mi vida. Traicionar de ese modo a su padre, poniendo en peligro la unidad de su reino. Con su ambición, estuvo a punto de arruinar el proyecto de Leovigildo.

Me da mucha rabia recordar esa época. Algunos se escandalizaron mucho cuando supieron que Hermenegildo era condenado a muerte por su propio padre. Temo que los católicos algún día lo consideren un mártir y consideren a Leovigildo un villano por ordenar la ejecución de su hijo. La verdad, es que el verdugo que entró en la celda y asesinó a mi hijastro no fue enviado por su padre ni por su hermano: yo lo envié. Leovigildo amaba a su hijo y jamás habría podido dar esa orden.

Contacté a Sisberto, a través de mis sirvientes. Era hijo de campesinos, muy pobre y aficionado a la bebida. Les exigí buscar a alguien que fuera godo, arriano, que estuviese dispuesto a todo por unos cuantos solidus y que no fuera muy inteligente. Este hombre ya había tenido algunos problemas y había sido encerrado un par de veces. Era un hombre tranquilo en apariencia, pero muy vicioso. Robaba para poder comprar vino y cuando se emborrachaba, se transformaba en un hombre muy violento.

Jamás hablé directamente con él. Siempre a través de amigos de mis sirvientes. No era bueno que a la reina de Hispania ni a nadie de su círculo se le viera con el asesino de su hijastro. Me aseguré además de que este hombre supiera cómo funcionaba el sistema de guardias de la prisión donde estaba Hermenegildo en Tarragona. Así, él burló a los vigías y cumplió mis órdenes.

Leovigildo no se enteró hasta que el hecho ya estuvo consumado. Cuando Hermenegildo fue apresado, su padre no sabía qué hacer con él. Sabía que su hijo merecía la muerte, porque ése es el castigo de los traidores. Pero, no podía dar la orden. Tan agobiado estaba, que le dije que no se preocupara, que yo me encargaría de todo. Él jamás supo la identidad del verdugo y fue mejor así.

Después de este doloroso episodio, nada fue igual para nosotros. Mi pobre Leovigildo parecía cada día más triste y desganado. A pesar de eso, insistió siempre en su proyecto de una Hispania visigoda, unida en una única fe. Como el arrianismo parecía ser tan impopular entre una mayoría católica, mi esposo tomó una decisión que a mí no me gustó nada: intentó fusionar ambas creencias, tratando de que así todos, hispanos y godos, creyéramos en lo mismo. Afortunadamente, esta idea no prosperó, porque además de descontento, trajo gran confusión en toda la población.

Finalmente sólo un año después de la ejecución de su hijo, mi pobre Leovigildo murió. Fue entonces cuando mi hijo Recaredo, en su calidad de asociado al trono, fue coronado rey. Me sentí muy orgullosa de convertirme en la madre del soberano de Hispania. Una de las primeras medidas que él tomo fue buscar al verdugo de su hermano y ejecutarlo. No sabe quién le dio la orden y jamás lo sabrá, porque he silenciado a todos los testigos. En el fondo, Recaredo sabe que la actitud de su hermano es el verdadero verdugo. Pero era mejor acabar con el autor material.

Demasiado pronto, mi orgullo se convirtió en un disgusto horrible, del que aún no me recupero, al enterarme de que mi hijo imitó la locura de su hermano, convirtiéndose al catolicismo. Y no contento con eso, ha decidido dar una unidad religiosa a su reino, al igual que su padre, pero bajo la fe de Roma.

Mi hijo convocó a un Concilio en Toledo a todos los obispos de Hispania y Galia. Allí condenará el arrianismo, llamándolo herejía y demostrará públicamente su adhesión a la fe católica. Recaredo leerá su profesión de fe, frente a los eclesiásticos y la nobleza, destacando la creencia en ese absurdo de la Trinidad. Luego, los presentes harán lo mismo, firmando un horrible documento al que han llamado “Los 23 Anatemas contra la Herejía Arriana”. Lloro al imaginar ese episodio, porque para mí es muy duro que mi adorado hijo llame herejía a mi religión.

En cuanto al pueblo que profesaba el arrianismo, no le exigirá un nuevo bautismo, pero sí confirmarse como católicos. A los clérigos arrianos sí les puso mayores imposiciones, como ordenarse nuevamente y practicar el celibato. Así, nuestra fides gótica va quedando en el olvido. He sido obligada a abjurar públicamente de ella, a comulgar según el rito ortodoxo y a fingir que creo en Jesucristo como un Dios igual a su Padre. ¡Qué cosa tan absurda! ¿Cómo un ser que es creado por otro puede ser igual en naturaleza a su creador? ¿Cómo esta gente puede ser tan ingenua? ¿Acaso no analizan la locura en la que creen?

Afortunadamente, no todos están de acuerdo con Recaredo. Además de mi círculo de amigos más íntimos, quienes comparten mi devoción por el arrianismo, como mi fiel obispo Uldila, mi hijo se ha encontrado con otros opositores en la Septimania y en Emérita. Sin embargo, somos una minoría. Porque los visigodos siempre hemos sido menos que los hispano romanos y finalmente es su fe la que ha triunfado.

Pero hemos sido obligados a abjurar del arrianismo y a profesar el catolicismo. Ya no aguanto más esta farsa. Soy una persona mayor y ya he vivido mucho, he afrontado con valentía la muerte de mis dos maridos y he enterrado a una de mis hijas. No quiero presenciar ahora cómo mi fe, la religión de mis padres, de mis abuelos y de los dos amores de mi vida, muere. Por eso, no quiero seguir viviendo. No quiero estar presente en el concilio que va a celebrarse esta primavera en Toledo. Es algo demasiado duro.

Siento que he perdido todo mi poder. Siempre fui escuchada y respetada en la corte. Primero con Atanagildo, luego por su círculo cuando éste murió y después aconsejé a Leovigildo en cada una de sus decisiones. Cuando éste murió, Recaredo, mi hijastro, que siempre me ha considerado como una madre para él, también me consultaba. De hecho, gracias a mí ahora tenemos buenas relaciones con los francos. Nunca he simpatizado con el catolicismo, pero jamás pensé que éste me arrebataría todo mi poder. Cuando Hermenegildo fue derrotado y ejecutado, pensé que la influencia del rito romano moriría con él. Pero, es la fides gótica la que muere y yo no estoy dispuesta a sobrevivirla.

Tengo miedo, porque me persiguen. Han descubierto que mi conversión no es sincera. ¿Cómo podría serlo? Junto a otros amigos como Uldila, aparentamos una ferviente conversión al catolicismo, junto a toda la corte de Recaredo. Pero, en privado, hemos continuado nuestros antiguos ritos y, para manifestar nuestro descontento, hemos profanado las hostias consagradas en el rito católico y algunos de sus templos. Lo hacíamos para desahogar nuestra rabia y también para divertirnos. Nos reíamos al imaginar cómo se escandalizarían los católicos si nos vieran.

Pero, nos han descubierto. Al parecer, alguien nos traicionó y nos delató ante el obispo de Toledo. Alguien muy listo, sin duda, ya que, sabiendo lo mucho que me estima el rey, ha preferido acudir a quien me odia, para asegurarse de que sea castigada. Mi fiel obispo Uldila ha sido desterrado. No sé que piensan hacer conmigo. He huido de Toledo, estoy lejos de la corte, pero no sé adónde ir. En todas partes tengo enemigos. No puedo ir al sur, porque los griegos me odian por ser arriana y visigoda. Más me odian los romanos de la Bética. Ni qué decir de los rebeldes del norte. Y en Francia, donde mi nieto es el rey, no soy bien recibida. Ese niño me culpa a mí de la desgracia de su hermana. Y en Italia, mis primos godos cayeron en desgracia. Su reino ha caído y ahora griegos y lombardos se disputan la península.

No tengo adónde ir. He perdido el favor de mi familia, el respeto de mi pueblo y todos mis amigos son perseguidos como yo. Me niego a rendirme o someterme. No es algo digno de una mujer como yo. Por eso, he decidido acabar con mi vida. Sé que el cristianismo condena lo que voy a hacer, pero no tengo otra opción. Ahora entiendo a los paganos que lo hacían, cuando perdían el apoyo de su emperador.

domingo, abril 22, 2007

Bowling for Virginia

Esta semana, a pesar de que mi caecita anduvo llena de pajaritos, construyendo castillos en el aire para el futuro, no pude dejar de asombrarse por el horroroso episodio que ocurrió en Virginia. No es primera vez que escuchamos algo parecido desde Estados Unidos. Creo que todos recordamos lo ocurrido en la secundaria de Columbine en 1999.
Son episodios similares, porque en ambos, los protagonistas de la horrorosa masacre fueron estudiantes que se sentían rechazados por sus compañeros. No quiero caer en una interpretación roussoniana de lo ocurrido y culpar a la sociedad corrupta de que estos pobres jóvenes hayan caído en la psicosis. Más aún, porque eso es lo que ellos quieren que pensemos. Porque muchos, alguna vez en la vida nos hemos sentido discriminados y no por eso agarramos una metralleta y disparamos contra esos crueles compañeros que nos hacían la vida imposible, como el protagonista del videoclip de Jeremy, de Pearl Jam.
Está claro que la discriminación y el rechazo puede minar la psiquis de cualquiera. A mí, como adolescente, me tocó vivirlo en carne propia y también presenciarlo de cerca. Y como profesora, pude darme cuenta de cómo pueden sufrir los alumnos con ello, repercutiendo no sólo en su estado de ánimo y su autoestima: también en su rendimiento académico y su salud física, además de mental. El rechazo y la discriminación es, por lo tanto, un tema que me preocupa como persona, como profesional y como mujer, porque algún día me gustaría tener hijos y no quisiera que ellos sufriesen aquello.
Porque para mí, en estos casos de violencia extrema producida por estudiantes, el tema principal no es la posesión de armas. Aunque, estoy de acuerdo con que ese asunto debe controlarse y no cualquiera puede portar armas, ya que como dice el dicho, a éstas las carga el diablo. Para mí, en el fondo de la cuestión está cómo, el rechazo, la actitud burlesca o despectiva hacia una persona puede minar su estabilidad mental de esa forma.
Eso es lo que me preocupa. porque creo que el maltrato, en todas sus formas, nos afecta mentalmente. Afortunadamente, no todos caemos en lo que los niños del Columbine o el estudiante de Virginia Tech, sino que generalmente, caemos en manifestaciones más "suaves", como depresión, baja autoestima, malgenio, estrés, etc. Digo afortunadamente, no porque considere que no sean graves, a mí me parecen gravísimas y dignas de observación, tratamiento y ayuda, pero obviamente no tienen la magnitud de los acontecimientos que hemos presenciado.
Lo que más me preocupa es que todos, de alguna forma, así como hemos sido maltratados, hemos maltratado o hemos sido cómplices del maltrato. Y creo que casos como éste nos hacen reflexionar en lo mal que estamos cuando molestamos frecuentemente al nerd del curso o nos reímos cuando los "choritos" lo hacen.
Me llama también la atención de que casos como éstos abunden en Estados Unidos. En eso se inspiró Michael Moore cuando hizo su documental "Bowling for Columbine", centrándose en el tema de la posesión de armas y lo fácil que es adquirir una en su país. Sin embargo, él se da cuenta de que en otros países, como Canadá, hay mayor posesión de armas entre la población civil y esto no ocurre. ¿Qué pasa entonces? Cuando ví ese documental, me pareció que estaba incompleto, porque me habría gustado más investigación psicológica y menos crítica social contra las autoridades.
Sí me llamó la atención su exposición sobre las familias disfuncionales y la incidencia de éstas en las expresiones de violencia. Pero, creo que debió indagar más en el rechazo escolar, la discriminación, lo encasilladora que es la sociedad norteamericana, con sus grupitos de los "nerds", los populares, los deportistas y las porristas. Algo que vemos constantemente reflejado en sus películas y series. Una situación que nos refleja lo superficial que puede llegar a ser alguna gente. Nadie ha pensado aún en la denuncia implícita que nos hacen los cinestas y directores de su realidad con esas series.
Creo, que en ese estilo de vida puede estar la respuesta a los problemas que les aquejan. Pero insisto: no justifico al estudiante surcoreano, como una especie de kamikaze contra la discriminación y la superficialidad, sino como un ejemplo de lo que ese ambiente, combinado con un desequilibrio mental puede provocar.

sábado, abril 21, 2007

Bieenvenida Realidad

Esta semana pasó algo que me ha tenido con la cabeza llena de pajaritos, imaginando que se cumplen todas las fantasías que tengo desde los 19 años. No puedo dejar de pensar que el final de mi viaje significará el inicio de esa temida etapa que es la adultez. Pero, aunque mi síndrome de Peter Pan hace que me resista a crecer, muchas de mis fantasías están necesariamente relacionadas con el pasar a esa etapa.
Recuerdo que cuando escribí sobre la nostalgia, Marilú explicó que ella no sólo siente nostalgia del pasado; también del futuro. Ella se excusó diciendo que aquello podía sonar rarísimo. Pero, no para mí. No puedo evitar soñar con un futuro precioso, en el que me veo súper realizada como persona y como mujer. Creo que no necesito dar detalles, ya se imaginarán de qué hablo.
No tengo apuro por vivir ese momento, pero sí muchas ganas de que cuando ese momento llegue, sea cuando deba llegar, ni antes ni después. Porque creo que una adultez prematura, así como una muy retardada, es pésimo. Me da miedo hacerme demasiadas expectativas. Por eso, cuando me enfrento a algún cambio, trato de no pensar mucho en cómo será. Y hasta el momento, me ha dado resultados.
Creo que estoy hecha un mar de contradicciones. Por un lado, he pregonado constantemente el disfrutar de la juventud y el postergar lo más posible el casarse, tener hijos y entregarse por completo a la vida adulta. Pero, por otro lado, me pasa que estoy tan enamorada que siento que ese momento se me acerca a pasos agigantados. Y ya no me da miedo. Creo que mi "reloj biológico" se está activando. porque cada vez que veo guaguas, me imagino lo lindo que debe ser tener una. Claro que cuando veo adolescentes, las ganas se me quitan, jiji. Pero, bueno, todo a su tiempo. Espero que cuando me llegue el momento, esté preparada para pasar por todas esas etapas, aunque sé que en la maternidad, así como en la vida "se hace camino al andar".

viernes, abril 20, 2007

¿Qué es el amor?

Hace poco, un amigo me hizo la siguiente pregunta: define en una sola frase qué es el amor. Mi amigo es muy joven, sólo tiene 19 años y bastante poca experiencia en esas cuestiones. Me pilló de sorpresa y al principio no supe responderle. Finalmente, le dije que el amor es lo mejor que puede pasarte si eres correspondido, y lo peor si es que no. Al parecer, mi respuesta le satisfizo.
Sin embargo, no he podido dejar de pensar en ello, a mí mi respuesta no me conformó. Porque el amor es mucho más que eso. cuando me lo preguntó, estuve tentada a darle una respuesta muy del romanticismo y decirle que el amor es todo. Pero esas definiciones tan radicales no me gustan, porque son extremadamente abstractas. Y el amor no me parece que sea algo tan abstracto. Porque es algo que sentimos. Cuando nos sentimos enamorados, todo nuestro cuerpo y nuestra mente experimentan esa sensación.
Y no estoy hablando sólo de las mariposas en el estómago. Porque ése es sólo un síntoma, que tiene más que ver con la atracción. Yo he sentido las mariposas muchas veces, porque muchas veces me he sentido atraída hacia alguien. En mis 26 años, me han gustado muchos. Pero, pocas veces me he enamorado.
Creo que alguna vez expliqué qué es lo que a mí me hace darme cuenta de que estoy enamorada. Es algo que tiene que ver con querer a la persona tal cual es, el disfrutar con ella de los pequeños detalles, etc. Es querer pasar con ella el resto de mi vida, pase lo que pase. Pero esa vez, cuando hablé de la nostalgia, lo expliqué mucho mejor. Sin embargo, cuando mi amigo me lo preguntó, no fui capaz de decírselo, porque él me proponía decirlo en una frase y yo había ocupado al menos cinco líneas en describirlo. Por eso, preferí usar una frase más "publicitaria". Es que me cuesta mucho hacer definiciones cortas.

domingo, abril 15, 2007

Ireland











Estuve cinco días en la isla verde. Un lugar que me sorprendió gratamente. Olvídense de la imagen de pobreza e incultura que nos muestran las películas. Esa Irlanda ya no existe. La Irlanda de hoy es un país próspero, desde que ingresaron a la Unión Europea. A diferencia de otros países europeos, que no quieren más inmigrantes, Irlanda los necesita, porque requieren de mano de obra para sus obras públicas. Además, están fomentando el turismo, ya que tiene mucho potencial.

Dublín y Galway son dos ciudades preciosas, arquitectónicamente parecidas a los irish pub. También tienen casitas con puertas georgianas, como las londinenses. Precioso. Y la gente es muy simpática, físicamente no son muy agraciados (tienen cara de gnomo) y muy borrachines (de hecho, lo reconocen), pero encantadores. Gente muy amable, y aunque no siempre se les entiende (su acento es más difícil de entender que el británico), se esfuerzan por que les entiendas.



La fama de isla verde es absolutamente merecida. Los paisajes de Irlanda son espectaculares. Todo muy verde, kilómetros de praderas. Realmente precioso. Tara, la colina sagrada de los celtas, no es más que una lomita, para nosotros que somos andinos. Pero desde ahí, los reyes celtas controlaban toda la isla. La cultura celta todavía es importante en Irlanda. De hecho, en la zona rural aún se conserva el gaelico. Dublín está más influída por Inglaterra. De heco, sus catedrales e iglesias históricas más importantes, como San Patricio, son anglicanas. Recordemos que recién en 1916 se gestó su independencia, un proceso muy duro y sangriento. Todavía se siente el resentimiento hacia ellos. En cambio, aman a Estados Unidos, país que acogió a muchos irlandeses que huyeron de la pobreza.

La personalidad del irlandés es más parecida a la del gringo que a la del inglés. Culturalmente, Estados Unidos le debe mucho a Irlanda. Y ésta le debe mucho también al tío Sam. Muchas ideas de la independencia se gestaron en Estados Unidos y económicamente, las remesas que enviaron por décadas los inmigrantes, fueron de gran ayuda. Hoy, Irlanda vive un proceso inverso: ya no es el país que exporta personas en busca de riqueza; hoy fomenta que venga gente a su país, porque necesitan mano de obras. Un llamado que los filipinos y europeos del este han contestado.


viernes, abril 06, 2007

U2

Como me voy a Irlanda, la tierra de uno de mis grupos favoritos, aquí va un compendio de citas de algunas de sus canciones:

"Who's to say where the wind will take you
Who's to say what it is will break you
I don't know wich way the wind will blow
Who's to know when the time has come around
Don't wanna see you crying
I know this is not goodbye."
(Kite)



"Don't believe what you hear
Don't believe what you see
If you just close your eyes
You can feel the enemy"
(Acrobat)

"You say
Love is a temple
Love is the higher law
You ask me to enter
But then you make me crawl
And I can't be holding on
To what you got
When all you got is hurt"
(One)

"I remember
When we could sleep on stones
Now we lie together
In whispers and moans
When I was all messed up
And I had opera in my head
Your love was a light bulb
Hanging over my bed"
(Ultraviolet)

"It looks like sun
But it feels like rain"
(do you feel love)

"Whith or whitout you
I can't live
whith or without you"
(Whith or whith out you)

"All the promeses we break
from the craddle to the grave
when all I want is you"
(All I want is you)

"I have climbed highest mountain
I have run through the fields
Only to be with you
I have runI have crawled
I have scaled these city walls
Only to be with you
But I still havent found what
Im looking for"

miércoles, abril 04, 2007

Semana Santa


Siempre me pasa lo mismo en esta fecha. Empiezo a cuestionarme acerca de mi fe y porque hace ya siete años me declaré cristiana y ya no católica. Hubo un momento en que me dí cuenta que creo en Dios, pero no me interesan todos esos intrincados dogmas con los que la Iglesia adorna nuestra fe. No es que los desprecie, ni que mi razón se niegue a aceptarlos porque no los comprende. En un principio fue eso, pero ya no. Porque hace un tiempo ya descubrí que esas son cuestiones de fe, que nos vienen de arriba y que se sienten en el corazón, no en la cabeza. Y yo, en mi corazón, creo en Dios, creo en el sacrificio de Cristo y creo en las grandes ayudas que nos brinda el Espíritu Santo, la Virgen, los santos y, por supuesto, mi ángel de la guarda. Pero todas esas creencias, de si la Virgen es virgen, si Jesús resucitó o no, si la hostia consagrada es realmente el Cuerpo de Cristo; la verdad no me importan mucho. Porque no influyen mucho en mi fe. Creo en eso. Punto.

En cuanto a las manifestaciones externas, la misa, la comunión y confesión, a mí no me llenan. La misa me aburre profundamente. La comunión hace mucho tiempo que dejó de emocionarme y a la confesión no le encuentro ningún sentido. Cre en el perdón y el arrepentimiento, pero no veo la necesidad de un intermediario entre Dios y yo, que deba conocer, con lujo de detalles, cada una de mis fechorías.

A lo mejor, quienes lean esto, se escandalizarán. No me importa. Hace tiempo que dejó de importarme lo que piense el resto, y los que me conocen saben que sus intentos de evangelizarme son en vano. Porque, como dije antes, la fe se siente en el corazón y sólo en su interior puede producirse un cambio. A veces voy a misa, pero no me gusta, me aburro. Me llena mucho más rezar, sola en mi casa, para dar gracias o pedir ayuda.

Una de las asignaturas que tomé este semestre es filosofía medieval. Me llama mucho la atención como algunos autores, como San Anselmo, intentan demostrar racionalmente la existencia de Dios. Mientras escuchaba en clases la exposición de la profesora sobre el tema, se me ocurrió lo siguiente:

No necesito pruebas racionales de la existencia de Dios. Porque sé que el hombre no es sólo razón. También es sentimiento. Y yo a Dios lo siento, no lo veo ni lo percibo racionalmente. Yo siento que Dios existe. Lo siento dentro de mí, en cada paso que doy, siento una fuerza que me impulsa a seguir adelante. Alguien que me cuida en cada paso que doy. Y no necesito de manifestaciones externas para comunicarme con él.

Mi sentimientos hacia Él son tan íntimos, que así también es mi relación con Él. La confesión no me parece necesaria. El acto de contricción lo hago en mi interior y ante Dios me confieso directamente. Sin necesidad de intermediarios.

Talvez por mis ideas arda eternamente en el Purgatorio, no lo sé. Como ven, esta ermitaña confiesa que es hereje. Por suerte, lo es en una época en que los herejes ya no son perseguidos. Antes me sentía culpable de pensar así. Ya no, porque creo en la misericordia y en la Divina Providencia. Creo en la intercesión de los santos y en el poder de la oración. Me da lo mismo si la Virgen María es virgen o no. Para mí ella es un ejemplo y lo seguiría siendo. No me importa si Jesús se casó o no. Su sacrificio no se hace menos valioso por ello.

Talvez esta confesión les parezca un escandaloso mar de contradicciones. Pero les aseguro que es sincera. No me interesa molestar a nadie y espero no herir a ningún católico ferviente por ello. Quizás en diez años más me ría de haber pensado así y sea un modelo de católica. No lo sé. ¿Cómo saberlo? Sólo Dios lo sabe.