domingo, octubre 13, 2013

"Provincianos"

Mientras escucho en un programa de televisión una discusión acerca de los cambios de sistema que el país necesita, a partir de un cambio de Constitución, recuerdo el carnaval de neuronas que tuve que escuchar ayer...recuerdo varios carnavales de neuronas dando jugo en distintas reuniones que he ido a lo largo de mi vida. Y llego a una conclusión: cambiar la Constitución de Chile (independientemente de que pueda ser necesario, eso es otro tema) no va a hacer de este país un país desarrollado. Mientras no cambiemos de mentalidad, las leyes no sirven de NADA. Además, todos sabemos lo fácil que puede ser, a veces, burlar la ley. 
Mientras en este país haya gente con mentalidad "provinciana" (no se ofendan mis amigos de regiones: por eso pongo el concepto entre comillas: me refiero a aquella gente de estructura mental rígida, reacia a cualquier cambio, temerosa de una realidad distinta, que la sacas de su hábitat y colapsa. Uso prestada esa palabra, porque, precisamente, la gente con esa mentalidad, que no cacha NADA, suele usar ese concepto, para referirse, erróneamente, a la gente que viene de regiones, dando a entender que son más ignorantes, más conservadores y más temerosos). 
A eso me refiero cuando digo provincianos. Podría decir "pacatos", "cartuchos" o "cuadrados". Gente rígida, que no se da el trabajo de pensar por sí misma: alguien lo hizo por ellos hace tres generaciones. Y en este estado, no tienen nada que ver las clases sociales, la riqueza o el partido político. Linduras así de rígidas hay en todos lados, desde el PC hasta la UDI. En La Dehesa, en la Pintana, en Curarrehue, en Valparaíso, en Putre,  en Salamanca y en Colbún. Gente que al votar, y al tomar cualquier decisión, "prefiere diablo conocido que diablo por conocer". Que creen que irse a vivir a otro barrio, a otra ciudad, o peor, a otro país, es el fin del mundo. Que si están con problemas económicos y bajan su standard de vida, se deshacen en explicaciones para explicar su modo de vida más sencillo. Y si comienzan a mejorar su situación, también explican por qué ahora andan más ostentosos. Porque les importa demasiado lo que piensan los demás. Mejor vivir, y fluir por la vida, gozar el momento cuando se puede, y luchar cuando las cosas están difíciles. Si total, el que más critica es aquél que no tiene vida. El que la tiene, está ocupado viviéndola. 
Pero volviendo a esta mentalidad rígida, tenemos la mala costumbre de creer que, cambiando las leyes, solucionaremos TODO. Jajajaja! Creemos que un gobierno puede restaurarnos. Quimeras! La mentalidad chilena es, a veces tan infantil. Quien cree que el elegido de diciembre construirá ¡en cuatro años! un Chile nuevo, que no se engañe. Porque si alguna gente, en cuatro años, no es capaz de modificar un ápice su manera de pensar, no espere que el país lo haga. Además, cada vez que un gobierno se atreve a hacer un cambio, ocurre lo siguiente: la mitad lo celebra (dentro de esta mitad, la mitad lo hace porque son lamebotas del gobierno de turno, y la otra mitad, porque de verdad lo celebra); la otra mitad está dividida entre los que consideran que "no fue suficiente", y la otra mitad, lloriquea porque no está de acuerdo con ese cambio. Es así: lo podemos demostrar con cualquier reforma. A lo más, varían los porcentajes en algunos temas. 
De niña, no entendía lo que era el comunismo y me preguntaba, por qué tanto resentimiento. Es que claro, yo veía a mis padres tratar con consideración y respeto a todas las personas. A los obreros que construyeron nuestra casa, al pediatra que nos atendía, al jefe de mi padre, a nuestra querida nana, a los campesinos que trabajaban la tierra en la parcela de mi abuelo. Yo entendía que algunos de ellos eran pobres, porque fui a sus casas, compartí con ellos y conocía a sus hijos. Pero, para mí, no había diferencia entre el doctor y el campesino: ambos merecen las mismas consideraciones. Así como hoy, saludo con el mismo cariño a la Directora del Colegio y a los auxiliares. No es tema para mí. Nunca lo fue. Pero, a medida que fui creciendo, me fui dando cuenta que mucha gente a mi alrededor, e incluso familiares, no eran así. Gente que clasifica a la gente según "categorías", déspota, clasista, racista y que se cree lo máximo. Ahí comprendí de dónde salían los resentimientos. Y entre los resentidos también se desarrolla un clasismo. Que puede ser aún más agresivo, ya que a veces está marcado por el odio. 
Mientras exista gente, "de clase alta" que se crea tanto el cuento, que se crea con el derecho de tratar pésimo a los demás, habrá resentidos que los combatan. Y peor, cuando además, hay verdaderas mafias corruptas, que se aprovechan de la gente buena. Afortunada o desgraciadamente, las mafias no son monopolio de ningún grupo social ni de ningún partido político. Y eso, ninguna ley ni gobierno lo va a poder cambiar, si es que no existe voluntad de cambio. 
Otra  muestra de nuestra mentalidad "provinciana" es el racismo y la xenofobia. Para mí, esa lacra social se produce nada más que por ignorancia y falta de mundo. Y ojo, que "no tener mundo" no sólo se da por no viajar. Hay gente que se lo viaja todo, pero como no lee nada y no conversa con la gente de los lugares que visita, no entiende nada. En cambio, conozco gente que en su vida ha viajado, pero ha leído y se ha informado. Gente que procesa y adquiere las diferencias que percibe a su alrededor. No las rechaza. Algo parecido pasa con los homofóbicos. No se han dado el trabajo de conocer a los homosexuales, ni de comprenderlos. Ellos se lo pierden. En todos lados, hay gente muy valiosa. 
La frase más imbécil que escuché ayer fue "Los niños deben estudiar carreras buenas como ingeniería y derecho. Porque todos los que estudian carreras artísticas y humanistas terminan mal, porque son hippies o maricas". Mientras exista gente imbécil que piense así, y haya otros estúpidos que avalen este raciocinio tan brillante, este país no tiene vuelta. Da lo mismo qué reformas le hagan. 
Ese comentario lo hizo una persona "de clase alta": la típica niñita de colegio cuico que se casó a los 20 años con un terrateniente, se dedicó a parir y criar hijos, y no le ha trabajado un peso a nadie en su vida. Y ojo, no estoy despotricando contra las dueñas de casa: mi madre y mis abuelas lo son, y las respeto muchísimo. Pero no tolero a las minas mantenidas que, sin haber pisado una Universidad en su vida, se crean con el derecho a clasificar la calidad de las carreras y de las gentes que las estudian. Cuando escucho comentarios así de oligofrénicos, le encuentro toda la razón a Carlos Marx. Pero, aunque los gobernara el comunismo, no dejarían de pensar así.