martes, junio 01, 2010

La Ciudad de la Furia







El 21 de mayo me embarqué a la ciudad que mi querido Gustavo Ceratti (confianzuda soy, porque llevo toda la vida escuchándolo y ya es parte del inventario de mi vida) bautizó como "La Ciudad de la Furia". Visitando Baires uno entiende por qué los argentinos son tan grandilocuentes. ¡Qué maravilla de ciudad! Majestuosa, preciosa, cosmopolita, respirando cultura y estilo en todos sus rincones. Algo de Madrid y París, mezcla lo monumental con la suciedad de sus calles como Roma. Aires europeos, estilo y elegancia que se respiran en cada rincón.

Visité la Recoleta y me fascinó su elegancia; la alegre Palermo, donde feliz viviría y donde encontré unas pilchas de ensueño, después de gozar la mañana entera en sus parques y su zoológico; intruseé por los anticuarios de Santelmo, con ganas de renovar mi departamento por completo y el centro, con su obelisco, su Casa Rosada y el templo: el Ateneo. El paraíso de los libros, a precios paradisíacos. Rematé mi visita, con el colorido Caminito en el Barrio de la Boca. Disfruté cada segundo, a pesar de mis achaques vertigosos, a pesar de la insoportable humedad y de las cantidades de gente (que a mí, como buena ermitaña, me desesperan). Sobre todo, gocé cada segundo, incluso a pesar de que ¡mis dos vuelos! (tanto el de ida como el de vuelta), se atrasaron más de tres horas. Anduve todo ese fin de semana como levitando. Porque esta ermitaña peregrina, a pesar de que tiene varios viajes en el cuerpo, ¡jamás había estado en Buenos Aires! Y simplemente, amé esa ciudad.
Por las noches, además de gozar los bifes de chorizo y las pastas, tuve la suerte de escuchar, a metros de distancia, de lo mejor de la música argentina, en un espectacular concierto de celebración del Bicentenerio. Dormirse escuchando a Pablo Milanés en vivo es impagable. Además, estando en la capital del tango, no podía dejar de ir a ver un buen espectáculo de tango porteño, una verdadera maravilla. Y la noche del sábado me emocioné como cabra chica viendo el musical de La Bella y la Bestia, el mismo que se hizo en Broadway hace 12 años y que, según los entendidos, nada tiene que envidiarle al original.

Habiéndolo citado tanto, no puedo dejar de mencionar a Ceratti. Espero que se mejore y nos dé al menos treinta años más de buena música. He sentido mucho su enfermedad, porque Soda Stereo y también la música de Ceratti en solitario (aunque en menor medida), es parte de la banda sonora de mi vida. A él rindo un pequeño homenaje, al narrarles mis impresiones de su hermosa y furiosa ciudad.