miércoles, diciembre 30, 2009

Balances

Es muy común y positivo hacer balances de fin de año. Agradecer lo bueno y aceptar lo malo. Hacer propósitos para el próximo año y proyecciones. Las mías, a pesar del cansancio y el dolor que trajo este fin de año, son positivas. En realidad, siempre son positivas. De hecho recuerdo haber afirmado que este 2009 sería muy próspero. A pesar de la crisis. Y en lo personal, no me quejo. Pero jamás pensé la dura prueba que nos traería este año. Aún la herida no cicatriza y es imposible pensar en este año sin ese dolor. Pero, dejando de lado la enfermedad de mi suegro, puedo decir que para mí fue un buen año: mi marido comenzó un posgrado, en el que le ha ido increíble, para mí fue un excelente año en lo laboral y el próximo se viene mejor, nació mi ahijado precioso, mi mamá se ha recuperado muy bien, a mis hermanos les ha ido bien en sus estudios y a mis amigos en general les está yendo bien, tanto en sus trabajos como en su vida personal. Un año plagado de matrimonios y nacimientos.
Por eso espero el 2010 confiada, positiva, pero alerta siempre. No olvido que la vida es un campo de batalla y que los ataques sorpresas están a la orden del día. Aunque espero que este año tengamos una tregua, ojalá lo más larga posible. A todos quienes pasan por aquí, mis mejores deseos para el 2010. No alcancé a desearles una feliz Navidad, pero espero de corazón que la hayan tenido. Ojalá este año sea mil veces mejor que el anterior, independiente de lo que pase en la segunda vuelta, de cuándo se inauguren los nuevos metros, de qué tan espectacular sea la celebración del supuesto bicentenario (un tema que yo, como historiadora, discuto bastante: para mí el verdadero bicentenario de la independencia es el 2018, y si queremos establecer cuándo nace Chile, para mí es muuucho más antiguo, no me pesquen, son clásicas discusiones historiográficas). Les deseo a todos un muy muy feliz 2010, bueno en el amor, la salud y el dinero.

jueves, diciembre 10, 2009

Adiós tío Felipe

La muerte tocó nuestra puerta el lunes en la madrugada. El tío Felipe, tras una ardua batalla contra el cáncer que duró diez meses, se durmió para siempre. Pero estamos tranquilos, aunque con una pena inmensa. Se fue como un valiente, peleó hasta el final. Aunque no siento que haya perdido la batalla. Sólo su cuerpo fue derrotado, agotado por el desarrollo incesante de una enfermedad implacable. Pero su alma triunfó, porque nunca, ni aún en medio de terribles sufrimientos le ví quejarse de por qué le pasó esto a él, siempre asumió con valentía. Dio la pelea hasta el final, agotando hasta las últimas instancias, para pasar más tiempo con sus seres queridos.
Una muerte como debe ser: tranquila, sin miedo, rodeado del cariño y las oraciones de sus seres queridos. Una bonita muerte, a pesar de que los días anteriores fueron terribles para él. Los remedios le permitieron morir sin dolor y tras despedirse de su adorada familia, fue apagándose, como una velita, mientras rezábamos por él, para que tuviese un buen viaje. Y estoy segura de que fue así. Yo estaba allí y en ningún momento sentí angustia, sólo pena y luego una paz gigantesca.
Se fue tranquilo, porque tuvo una vida ejemplar, un ejemplo de matrimonio, un gran profesional, preocupado y cariñoso con los demás, con una vocación de servicio impresionante, de esas personas que se entregan por entero, auténtico, jamás anduvo por la vida con caretas. Un excelente padre, muy buen amigo. La gran cantidad de gente que los acompañó en estos meses no fue casualidad. Les apoyaron porque se lo merecen, tanto él, como la tía Bernardita y sus hijos. De esas personas que lucharon toda su vida, grandiosas, que ya no necesitaba luchas más. A Dios le encanta llamar antes de tiempo a estas personas tan completas y buenas. Por eso lo llamó.
Desde aquí, mi humilde homenaje a mi suegro querido, al que conozco hace más de diez años y al que quiero como a un segundo padre. No se preocupe, tío, que yo cuidaré bien a su niño y acompañaré a su querida Berni, su compañera de toda la vida. Su familia queda en buenas manos, los que estamos cerca les apoyaremos siempre.

domingo, diciembre 06, 2009

El hombre ante la muerte

Eso de que Dios escribe con reglones torcidos es muy cierto. Uno a veces no entiende por qué pasan las cosas y lo que es peor, por qué actúa de una determinada manera, tomando ciertas decisiones. Muchas veces me han preguntado qué mer motivó a investigar acerca de la actitud ante la muerte en la Edad Media. Y la verdad, mi respuesta siempre fue que me asombraba y admirada de la naturalidad y tranquilidad con que el hombre enfrentaba ese trance o al menos, ésa era la actitud fomentada. Nada que ver con el mundo actual, cuando rehuímos hablar de ese momento y actuamos como si fuésemos inmortales.
Hasta que, pasa algo y nos damos cuenta de que no. Y, en lugar de actuar como el hombre medieval e intentar vivir cada día como si fuese el último (no sólo desde el punto de vista hedonista y de aprovechar a los seres queridos, sino, sobre todo, el aprovechar el cultivar los dones y virtudes y estar, desde el punto de vista religioso, siempre preparados, para procurar la salvación del alma), nos aterramos, talvez nos preocupamos unos días, pero luego volvemos a actuar ignorando la muerte. Quien no la ignora, es considerado fatalista o depresivo en este mundo moderno, cuando yo considero que quienes alcanzan esa conciencia real de su mortandad, gozan de una lucidez extraordinaria. Yo aún no lo consigo e intentando encontrar una respuesta y un consuelo ante mi gran temor a la muerte, me acerqué a la Edad Media.
Había tenido sólo dos pérdidas a mis 25 años, cuando mi tema de tesis "me encontró": una, la primera, me desangró, la enfrenté con temor, desconsuelo, rebeldía, !terrible! en cambio, la segunda fue triste, pero serena. es cierto que uno va curtiéndose y hay diferentes circunstancias. Pero durante la segunda muerte importante que presencié, comprendí ese momento como un trance hacia algo mejor. Y que la gran tristeza es para los que se quedan. Para quien se va, ojalá no dejar nada inconcluso, para poder descansar en paz. Siempre lo supe, si estuve en un colegio católico y esos temas salían a cada rato, pero con estos temas en los que la emoción está tan involucrada, una cosa es saberlo, y otra muy distinta, asimilarlo de corazón.
Ya había dado un paso: enfrentar con serenidad la muerte de un ser querido (aunque, ojo: no sé como reaccionaría ante la muerte de un hijo, la pérdida más enorme para un ser humano, porque es la más antinatural: se supone que los hijos entierran a sus padres). Ahora me falta más serenidad, para apoyar a quienes se van a irse con tranquilidad, y más para quienes dejan atrás, y también asimilar el hecho de que algún día seré yo y no quiero que ocurra aterradoramente, sino con tranquilidad.
Me gusta el tema de la muerte en la Edad Media, porque me da la impresión de que ellos lo tenían más resuelto, más incorporado. Sabían cómo actuar y se cuestionaban menos. A pesar de la violencia, a pesar de los abusos (de los que nuestro siglo tampoco es carente), me parece una época más simple, ordenada e inocente. Desde el punto de vista de mentalidad, claro está. Blancos y negros más definidos, pocas medias tintas. eso simplifica las decisiones. Más similar a la mente de un niño. Más intenso, sobre todo en época de crisis. Y muchos entonces, mueren con la inocencia de los niños, con todo resuelto y los que no, son ayudados a morir por su fe, que les recuerda la misericordia.
¡Ojalá los Ars Moriendi tuviesen más difusión hoy en día! Serían de gran ayuda para quienes no tienen idea de cómo actuar frente a un moribundo. Porque aunque es un libro católico, hecho, lo más probable, que por dominicos, sus ideas son transversales culturalmente y todas las culturas poseen una filosofía de la muerte, exhortando ciertas actitudes y la asistencia a quien va a realizar este último viaje. Recuerden que en la Edad Media, la vida se concibe como un peregrinar por un mundo de penas, pruebas y alegrías, hasta llegar al destino final, la vida eterna. La muerte es, por lo tanto, el último viaje, la última transición.
Me queda entonces, mucho por investigar, mucho por aprender y lo más importante, muchísimo por asimilar.