lunes, enero 12, 2009

Teodora de Bizancio



Controvertido personaje del siglo VII. Casada con uno de los soberanos más poderosos de su tiempo: el gran Justiniano, emperador romano de Oriente.

Su matrimonio con el heredero al trono imperial fue un escándalo en su época. Que el serio y taciturno Justiniano, cuya vida hasta ese momento se asemejaba más a la de un monje, por su sobriedad, seriedad y laboriosidad, se casara con una actriz del circo, conmocionó a la sociedad constantinopolitana. Historias acerca del pasado de la emperatriz hay muchas. Pero la realidad es, en realidad, bastante oscura. Generalmente, se le ha tachado de prostituta, y que su madre ejercía el mismo oficio. Pero en realidad, al ser artistas, su actividad, ante los ojos de la conservadora sociedad bizantina, era similar a la de una meretriz.
En realidad, lo que se sabe es que la madre de Teodora fue una bella artista, que tuvo romances con muchos hombres. Y aunque no se tiene la certeza de quién fue el padre de Teodora, quien la crió fue el domador de osos del hipódromo, el gran amor de su madre y padre de sus hermanas menores.
Al crecer, Teodora se dedicó a la misma actividad de su madre y al parecer, también fue una mujer bella, coqueta y rodeada de hombres. Lo que alimentó una serie de rumores sobre su vida, como que tuvo un hijo, al que abandonó, que fue criado por su padre, muy lejos de la corte. Un joven que, ya mayor, al enterarse de quién era su madre, se habría presentado en la corte para conocerla. Una historia que inspiró la novela de Gillian Bradshow.
Tampoco se sabe mucho acerca de cómo Teodora y Justiniano se conocieron, siendo de mundos tan diferentes. Él era el sobrino de Justino I, un destacado funcionario imperial que se convirtió en el heredero del emperador Anastasio, cuando éste murió sin descendencia. Ella, que debutó como actriz en el hipódromo a los 12 años, algo impropio para una mujer decente, era una mujer atractiva que supo atraer la atención de hombres destacados. Primero sería la amante del gobernador de Cirenaica (Libia), para después conquistar al futuro emperador, logrando casarse con él y ser coronada a su lado.
Una pareja muy cuestionada. La alta sociedad de Constantinopla, la aristocracia senatorial, los verá como unos advenedizos en el trono. Sin embargo, la gestión de Justiniano como emperador fue impecable. No sólo realizó grandes obras públicas, como la iglesia de Santa Sofía, y una extraordinaria labor como legislador, redactando, recopilando y actualizando los Códigos del Derecho Romano; sino que además intentó, con cierto éxito, reunificar el Imperio Romano, conquistando, aunque efímeramente, Italia, Sicilia, el norte de África y algunas plazas en España. Desgraciadamente, a la muerte de Justiniano, sus sucesores no supieron mantener estos nuevos territorios.
Entre las historias que se cuentan de la emperatriz Teodora, están los rumores que cuentan que ella apoyaba a los perseguidos herejes monofisitas, albergando y ayudando a varios de ellos, mientras su marido, defensor de la ortodoxia, hacía la vista gorda. Los monofisitas no creían en la naturaleza humana de Cristo y pensaban que su sufrimiento en la cruz y por tanto, su sacrificio, había sido aparente. Algo que la Iglesia de Roma no podía aceptar y condenó. Una desviación dogmática con mucho más fuerza en Oriente y por eso, el devoto Justiniano debió tomar cartas en el asunto, a pesar de que su mujer no compartiera sus creencias y opiniones.
Pero, sin duda, la historia más impresionante acerca de Teodora, aquella que le dio un lugar entre las mujeres destacadas de la Historia, fue su actitud ante la temible revuelta de la Niké. Fue una gran sublevación en la ciudad, protagonizada por las dos facciones del hipódromo más poderosas: los verdes y los azules. Tradicionalmente rivales, una unión de estos grupos se presagiaba como algo peligroso. La revuelta de esta plebe enfurecida amenazaba con tomar el palacio imperial por asalto y asesinar al emperador. Estaban congregados en el hipódromo, un edificio muy cercano al palacio. Tanto el emperador como sus funcionarios, estaban aterrados y decidieron huir de la ciudad, ya que su palacio poseía un puerto privado, con naves a su disposición. Pero Teodora no estuvo de acuerdo y pronunció unas palabras, inmortalizadas por Procopio de Cesaréa:

“Yo, por mi parte, entiendo que la fuga redundaría en mayor daño para nosotros; ahora más que nunca, aunque en ella encontráramos la salvación. El que ha nacido ilustre, debe afrontar la muerte; quien ha ascendido al solio imperial no ha de querer sobrevivir a su dignidad, viviendo en el exilio. Dios no permite que nunca me vea despojada de esta púrpura, o que llegue un día que mi presencia no sea saludada con aclamaciones de emperatriz. Tú, Augusto, si prefieres la fuga, puedes hacer lo que te plazca: tienes dinero suficiente; he aquí el mar y he aquí las naves. Pero ten mucho cuidado, no sea que, después de tu huida, se mude tu actual esplendor en una muerte ignomiosa. En cuanto a mí, me atengo al viejo proverbio que dice: la púrpura es el mejor sudario.”[1]

Con estas palabras, la emperatriz supo motivar en su marido y su séquito el valor necesario para enfrentar la revuelta. Y Justiniano pudo mantenerse en el trono, con su amada Teodora a su lado. Una mujer que supo colaborar con la gestión política de su marido e infundarle valor cuando más lo necesitaba. Un gran ejemplo de la frase “detrás de un gran hombre, hay una gran mujer”.

[1] Procopio de Cesaréa, De la guerra de los persas, Libro I, cap. 24

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me e convertido en una fan de tu recopilación, muuuy interesante, gracias!!!!!

Memoriona dijo...

Me gustan tus columnas Kuky, esta en especial, porque he tenido harto de Justiniano como jurista en los últimos años, pero no sabía nada de su historia con Teodora.
Te mando un beso!

Kuky Haindl dijo...

Qué bueno q les guste! Esa es la idea, entretener y a la vez enselar un poquito. Y tratar de sacar esa mala fama que tiene la Edad Media y el rol de la mujer en ella. Aunque estas mujeres hayan sido la excepción, la cantidad de ellas demuestra que no estaban taan sometidas. Hubo muchas reinas, regentes, monjas intelectuales y sabemos muy poco acerca de las anónimas mujeres que deben haber sacado adelante solas una familia, al quedar viudas debido a las guerras o pestes.
Saludos!