lunes, octubre 22, 2012

Pamplona. Siete Años Después.

14 de septiembre de 2006. Una chilena de 25 años baja de un tren, procedente de Madrid, en Pamplona, capital del reino de Navarra. Amante de la Historia medieval, razón que la ha llevado a tomar sus maletas y embarcarse en una aventura al otro lado del charco, dejando familia, amor y amigos, sabe qué importancia tuvo Pamplona y su reino. Importancia con cierto valor sentimental, ya que 300 años antes, un antepasado suyo dejó esas mismas tierras para comenzar una nueva vida en el Nuevo Mundo...
Se encontró con una ciudad limpia, ordenada, llena de áreas verdes, con un centro histórico medieval maravilloso, que en siete días alocados de julio se revoluciona por sanfermines. Un claustro gótico que la cautivó. Una Universidad en la que pudo conocer mucho más acerca de aquél período que tanto le entusiama. Gente increíble, sincera, de esfuerzo, y por sobre todo, leal hasta la muerte.
Fue un año maravilloso, ése que pasé en Pamplona. Lo recordaba con cariño y nostalgia. Por eso, este regreso, aunque breve (sólo dos días), fue precioso. Reencontrarme, un 14 de septiembre, pero siete años después, con esa ciudad a la que quiero tanto, su gente, sus monumentos y su gastronomía, fue un muy buen momento. Pasé casi tres semanas en España, recorriendo lugares increíbles. Algunos, como Pamplona, Barcelona, Toledo, Zaragoza y Madrid, no eran nuevos para mí. Pero, me agradó mucho volver. Y conocer lugares donde nunca había estado como Jaca, Sevilla o Granada, fue espectacular.
Hoy quiero recordar mi reencuentro con Pamplona. La encontré igual que siempre, al igual que antes, me perdí en sus calles redondas y vagué por las callejuelas del centro. Navarrería;  San Saturnino; los pintxos de San Nicolás; la taconera; la plaza del Castillo; la Ciudadela; el Campus con sus árboles otoñales, donde tantas veces me senté a su sombra a conversar sobre la vida ; las tiendas de la calle Iturrama, cercanas al piso donde viví...
Fue un bonito reencuentro. Había prometido volver y cumplí. Ahora prometo volver por un tiempo más largo. ¿Volvería a vivir allá? ¡De todas maneras! Pero, no sé si ahora es el momento, todos sabemos cómo está la situación allá...aunque, debo confesarles, que, hasta llegar a Madrid, un turista no nota que España está en crisis. Lo notas si conversas con la gente, que te cuenta  lo que está viviendo; si ves las noticias; si te topas frente a frente con las protestas (algo que a mí, al menos, sólo me tocó en Madrid, aunque supe que días antes de que yo pasara por ahí,  hubo una en Barcelona). Lo notas en el aeropuerto, cuando tu vuelo, que hace escala en Guayaquil, va lleno de inmigrantes que vuelven a su país.
Pero, ves movimiento en las calles, no ves caras largas, los restaurantes siguen llenos, al igual que las tiendas (aunque hay que advertir que había muchos turistas). Se ven muchos monumentos restaurándose, obras públicas importantes llevándose a cabo (como el tranvía de Zaragoza). Aunque, ver la Plaza Mayor de Madrid vacía, un martes a las 8 pm, sí es un indicio de que algo está pasando. Algo grave. Aunque, como les digo, uno lo nota más en las conversaciones de la gente. Por lo tanto, si un turista va, se dedica a pasarlo bien, no prende la tele y no habla con la gente (un tipo de turismo que a mí no me gusta, por incompleto), ni se enteraría de la crisis en España.
En Pamplona, noté menos inmigrantes que antes y  más gente hablando euskera. Eso fue lo que más llamó mi atención. Pero, el movimiento en las calles del centro era el mismo. El mismo pueblo alegre y trabajador, que disfruta de una buena comida, con gente honesta, sencilla y tolerante. Un pueblo gozador, pero con los pies bien puestos en la tierra, que sabe perfectamente la crisis que vive, pero en lugar de lamentarse, lucha por salir adelante. Por eso, el turista despistado jamás verá la crisis.