jueves, agosto 12, 2010

Reflexiones...

Me diagnosticaron estrés y eso fue como un "golpe avisa", para darme cuenta de que tanta neura reprimida, tanto eremitismo y tanto trabajo me estaba haciendo mal. He decidido empezar a tomarme la vida con más calma. Al parecer, me está resultando. Al menos, desde que decidí trabajar un poco menos, no me mareé más. Ahora, llego a mi casa y trato de descansar, evitándome llevar pega a la casa, dentro de lo que se puede (soy profesora y la verdad, siempre algo de pega uno se lleva, pero la idea es no estar tooodo el día frente al compu). Me tomo más tiempo para corregir (ya no corregir de un día para otro, sino con más calma, respetando el razonable plazo de quince días). Porque tanta sobreexigencia, tanto querer ser la súper mujer, contenedora, súper profesional y con la casa perfecta, a la larga agota. Ahora ya no llego a ordenar todo cuando llego. He aprendido a delegar. Y eso me tiene muy contenta.
Ayer, una noticia que supe me corroboró que voy por el buen camino. Una niña, muy joven, en su último año de colegio, está muy enferma. Es tanto su estrés, depresión, soledad y autoexigencia, que su cuerpo somatizó (me suena conocido, pero lo mío es una tonterita, que he sabido parar a tiempo). No podrá continuar sus estudios y estará aún más aislada de la sociedad. Luego me enteré de que detrás de todo eso había una forma de crianza muy especial: que le da gran importancia a lo laboral y académico, descuidando lo "humano" (afectos, amistad, relaciones sociales, etc.). Nunca había escuchado de una familia que no fomentara que los niños fuesen a los paseos de curso o a los cumpleaños, por considerarlos "tonteras" o "pérdidas de tiempo".
Pues yo me he dado cuenta de que son, precisamente esas " pérdidas de tiempo" las que más felices nos hacen. Yo en el cole era bien ermitaña y no muy amiga de los trabajos en grupo. Pero, siempre estaba dispuesta a ayudar al que me lo pedía, iba con gusto a los paseos y cumpleaños (a los retiros no, porque me aburrían profundamente, igual que los interescolares), y en el viaje de estudios lo pasé increíble. No se me habría pasado por la cabeza no ir, a pesar de mi relación "especial" con la mitad de mi curso (lo he contado varias veces: las adoro, nunca me llevé mal con ellas, tengo algunas amigas (poquitas), pero siempre me sentí como pollo en corral ajeno). Y si las quiero y mantengo contacto con ellas, aunque sea por Facebook o viéndolas un par de veces al año, en matris u otros eventos, es porque ese vínculo no se creó en las aburridas clases de matemáticas, en las sufridas (por mí) clases de educación física o en las extenuantes clases de Historia (se mueren lo que era nuestro curso de historia para la PAA, agotador!, pero muuy efectivo...). Los mejores recuerdos los guardo de esos odiosos retiros, de los apoteósicos cumpleaños, de los entretenidos paseos o del espectacular Viaje de Estudios.
No podría concebir la vida escolar, tampoco la vida universitaria, ni siquiera la vida laboral, sin las amistades o los momentos de camaradería. Como el comercial de Twistos ("lo más lindo del trabajo es cuando no trabajas": el cafecito del recreo, la copucha del almuerzo, las instancias de celebración, el happy hour, etc.). ¡Pienso en una vida sin eso y me da lata! ¡y pena! Osea, me imagino mi vida en España sin irme de pintxos, sin sanfermines, sin las idas al cine o los paseos, ¡horror! Claro, obviamente, me fui a Navarra a estudiar y mi parte intelectual alucinó con esa biblioteca maravillosa...pero si mi vida ese año hubiese sido de la biblio a mi piso y de mi piso a clases...¡horror de horrores! Y bastante de lo que me pasó este primer semestre es porque estaba viviendo un poco así: demasiado trabajo, poco compartir con los demás. Por suerte, mi marido se dio cuenta a tiempo y me obligó a salir a carretear. Él no pudo acompañarme mucho en mis tardes ermitañas, porque está estudiando un MBA, pero ha ayudado mucho a mi sanación. Porque él tiene esa bendita actitud más relajada y menos enrrollada ante la vida.
El pobre estuvo triste, muy triste tras la muerte de su padre. Y yo no sabía cómo manejar su tristeza. Los hombres, muchos de ellos, a diferencia de nosotras, son de guardarse más las cosas. Y el pobre, de repente explotaba y lloraba. Yo me desesperaba al no saber qué sentía, no sabía qué hacer. Y, tontamente, no pedí ayuda. Y eso terminó enfermánxdome a mí. Tan mal no manejé el asunto con él, porque él está muy bien. Pero en mí, fue la gota que rebalsó el vaso. La culminación de ese ciclo de 7 años, llenos de cambio y muertes, algunas súper inesperadas. Y en alguna parte de mí comezó a gestarse un temor, visto de afuera bastante absurdo, de morir repentinamente. Y si bien, yo aprendí a no temerle a la muerte en sí (gracias a mi bendita tesis, ya que los medievales me enseñaron la actitud correcta ante ésta, entregada, sin rebeliones y con fe, de la que mi querido suegro fue un ejemplo maravilloso), me daba rabia que ese momento llegara antes de lograr todos mis proyectos, tanto los propios, como los que tengo en común con mi marido. Y sobre todo, me paso el rollo de cómo sufrirían todos si a mí me pasara algo. Es súper absurdo, cómo uno se puede enrrollar de esa manera, pero la mente humana es así de frágil. Y uno se apanica, se marea y se asusta hasta con un mínimo resfriado.
Tengo que aprender a vivir más relajada, a que las cosas me resbalen. Pero el entorno no ayuda mucho. Mi marido sí, pero mi familia es de lo más aprensiva del planeta y cuando no, se dedican a copuchar el último drama de alguien. Y los medios nos invaden de tragedia y más tragedia. Está bien, hay que informarse, no se puede vivir en una burbuja rosada, pero, ¿es necesario recordarnos cada cinco minutos que hay gente que muere en terremotos, tsunamis o derrumbes? A mí me bastaría con una vez cada dos días. Por eso, estuve como un mes sin ver las noticias, pero como soy profe de Historia, necesito saber qué está pasando.
El mundo está neurótico, me da la impresión. Y yo, mucho más. Hay que ser más light, yo creo. No sé porqué tengo la impresión de que la gente tonta y superficial es más feliz. Yo, que siempre pelé a las "huecas", ahora las admito, aunque no tenga paciencia para pasar mucho rato con ellas. Porque son más felices y no se hacen problemas por nada. Son más simples y a veces, muchas de ellas, más transparentes.
Por eso, estoy tratando de volverme más gozadora, más hueca lo veo difícil, pero sí menos enrrollada y neura. Pensar menos en cosas densas. Entregarme más a la vida. Si algo pasa, ¡que pase! y ahí me "ocupo", no me "preocupo". Es fácil de decir, pero llevarlo a cabo... ¡uf, que cuesta!. Pero sé que lo lograré, así como a los 15 años logré cambiar el switch y decidir que no me importaría lo que pensara el resto. O como a los veinte, aprendí a aceptar mi cuerpo, tal como era, y a sacarme partido "con lo que hay". Esto, me temo, es un poco más difícil, pero yo sé que se puede. TODO se puede.
Una última cosa: me encantaría decirle a esa niñita enferma, que mandara todo a la cresta, se tomara un año sabático, y se dedicara a viajar, a conocer gente, a carretear como nunca lo ha hecho, que pinchara harto, que se hiciera un cambio de look para verse más linda. Ya habrá tiempo, nada menos que una vida entera, para ser serios, trabajar y ser exitoso.
Pero, en todo caso, ¿quién mierda dijo que ser exitoso era ganar millones y tener muchos títulos? Uno de los hombres más exitosos que yo conocí era médico y tenía un buen pasar, pero nunca fue millonario. Y lo que lo hizo exitoso no fueron sus títulos, ni el hecho de que lo nombraran maestro de la medicina. Fue su calidad humana y la familia maravillosa que formó. Un luchador toda su vida, un héroe: mi abuelo. Mi suegro fue otro hombre exitoso, aunque tampoco ganara millones, y debiera esforzarse mucho para sacar a su familia adelante. Pero sus logros trascendieron su vida. Eso para mí es el éxito. Su calidad humana los hizo exitosos, no sus títulos ni la cantidad de cátedras que dieron. Ejemplos como ellos podría dar muchos. A mí me hace feliz haber sacado las notas que saqué, los títulos que tengo y mi pega. Pero mi vida no es eso. Eso es sólo una pequeña parte, la que me da para mantenerme y poder disfrutar, junto a mis seres queridos, de cosas mucho más entretenidas.