viernes, julio 31, 2009

Life is a battlefield

La vida es un campo de batalla. Sé que suena a parafrásis de una conocida canción de los '80, pero es justo lo que siento en esto momento. Citando otra canción "when everything feels like the movies, you bleed just you know you are alive". Todo en la vida significa lucha y esfuerzo. Desde el principio: la concepción de un niño es un milagro, y que llegue a desarrollarse, para luego nacer, lo es más aún. Por eso, amamos tanto la vida, porque es un regalo. Un regalo por el que luchamos toda la vida para que sea feliz, plena, virtuosa, placentera y duradera.
Pero, Dios constantemente nos recuerda que la vida es un regalo y nos hace hacer méritos. Nos da nuevas batallas que enfrentar. Por eso, creo que la vida es un campo de batalla. No lo digo de forma pesimista, de ningún modo. Creo que debemos enfrentar con valor cada una de esas batallas. Algunas las ganaremos, otras no. A veces, quedaremos tan desconcertados con el resultado, que creeremos que fue un empate. Pero siempre, bajo cualquier circunstancia, hay que seguir peleando. Hasta el final, hasta el último aliento.
Siempre he pensado así, y cuando he olvidado eso, tratando de creer que mi vida es como un cuento de hadas, la vida se encarga de recordarme que este soldado sólo estaba de vacaciones. Nunca podemos guardar la armadura, aunque a veces nos la quitamos un ratito, para celebrar o descansar. A veces, creemos que no podremos enfrentarlos. Entonces, lo peor que podemos hacer es ignorar la batalla o evadirnos de lo que pasa. Si hacemos eso, la derrota es segura. La huida antes de la batalla es la peor derrota.
El hecho de que la vida sea un campo de batalla y que constantemente nos ponga tantas trabas en el camino, no hace sino hacerla más valiosa. ¿Cómo podríamos apreciar la risa si nunca hemos llorado?

viernes, julio 10, 2009

The Old School Yard

Recuerdo que en la película de Richard Linkater, Rebeldes y Confundidos (también traducida como Generación Cool), el protagonista decía a sus amigos que si alguna vez le oían decir que los mejores años de su vida fueron los escolares, porfavor alguien le recordara suicidarse. A mí, que la primera vez que ví esa películoa tenía 14 años, esa frase me marcó. Porque yo odiaba el colegio. Nunca fui de esos niños idílicos que van felices al colegio, que tienen miles de amigos y hacen las tareas, se ponen su delantal y todo con su mejor sonrisa, sin cuestionar nada. Yo no era así. Nunca lo fui. Expulsada de la sala de clases en kinder, por negarme a cantar una canción melosa que nos enseñaban para cantar para el día de la Madre. Siempre perdía el delantal, olvidaba las tareas y como usaba anteojos con parche, no era muy popular entre los demás niños. Y mi malgenio tampoco ayudaba. Es que además, cuando tienes algo que te hace distinta, y el resto te molesta por ello, debes defenderte. Así comenzó mi fama de malgenio, que hasta el día de hoy me acompaña. Y hasta me gusta un poco, porque me da todo un aurea de respeto, como que la gente me tiene miedo. Y no me molestan. Genial.
Al ir creciendo, se acabaron los parches y las burlas. Tenía amigas, pocas, algunas muy buenas y otras que prefiero olvidar. No es culpa de ellas ni mía. En ese sentido, soy rosseauniana, le echo la culpa al contexto en el que crecimos. Un ambiente donde las apariencias y lo material era lo más importante. Superficial, falso y uniforme. Todas fueron creciendo, idénticas como gotas de agua: vestidas iguales, peinadas igual, usaban la misma mochila, los mismos zapatos, los mismos vestidos en las fiestas y todos sus pololos y amigos eran iguales, pensaban igual, iban a los mismos colegios, manejaban los mismos autos, vivían en los mismos barrios y veraneaban en los mismos lugares. Yo, que era un poco distinta, era tachada de rara. Y cuando demostré mi tedio ante tanta falsedad, superficialidad y uniformidad, me dijeron amargada. Es lo que hay. Yo hacía mi vida por fuera de esa burbuja. Siempre lo hice y pasé por varias fases. Como buena adolescente, algunas de ellas fueron ridículas y patéticas. La peor de ellas fue aquella en la que traté de ser como las otras florecillas del jardín: nunca me sentí más miserable y hueca. Y por eso, a los 16 decidí simplemente ser yo misma. Gustase a quien le gustase. Jamás volvería a hacer algo por obligación ni a decir lo que sentía. ¡Ojalá pudiera seguir viviendo así! Hoy soy adulta, y como tal, muchas veces hacer lo que no queremos es un deber y como adultos, madura y responsablemente lo aceptamos.
Llegó un momento en que lo único que quería era egresar de una vez por todas de ese colegio, para no ver nunca más a nadie. Pero, después me di cuenta de que, tras esa máscara de superficiales y clones, se escondían niñas muy dulces y generosas. Aunque jamás pude llegar a un nivel de amistad demasiado profundo con ellas, aprendí a quererlas. Y de vez en cuando las veo y disfruto de su compañía. Ahí fue cuando descubrí que a pesar de mí, de que yo jamás sería así como eran ellas, porque valoramos cosas distintas de la vida, igual era una de ellas. La oveja negra sigue siendo parte del rebaño. Aunque bajo su piel se esconde un lobo. Me dí cuenta de que por algo el destino me puso ahí. Para aprender a adaptarme hasta en el lugar más opuesto a mi forma de ser. Para tolerar lo que no entiendo y aceptar opiniones impensables para mí.

martes, julio 07, 2009

Nostalgia

Vivo una semana muy nostálgica. Mientras almuerzo, prendo la tele para ver noticias y no puedo dejar de sentirme invadida por la nostalgia. Escribo mientras escucho a Brooke Shields hacer un tributo a Michael Jackson en su funeral. Nunca fui una gran fanática del Rey del Pop, pero es imposible en estos días abstraerse de la triste noticia que sacudió el mundo entero. Imposible abstraerse, porque la prensa y los medios de comunicación no nos dejan y porque, a pesar de lo extraño que era, a pesar de las horrorosas acusaciones que se le hicieron, y de todos los rumores y misterios que le rodean, Michael Jackson dejó un legado en la música contemporánea que es inpensable no dejar de reconocer, admirar y se merece se homenajeado.
Yo nací en 1980. Por lo tanto, se podría decir que crecí con Michael Jackson. De chica, morí de miedo al ver Thriller, y un poco más tarde intenté copiar sus coreografías, con resultados desastrosos, ya que nunca se me ha dado muy bien el baile. Y el gran "We are the world" hasta el día de hoy me hace llorar de emoción. Ya entrada en la pubertad, aluciné con el video de Black and White. Michael cada día era más blanco y sus drásticos cambios generaban dudas. Poco después vendrían las acusaciones de pedofilia.
A los 13 años, este personaje me perturbaba: admiraba su música, sus videos y sus bailes, muestra de un talento espectacular. Pero me asustaba la forma en que su apariencia mutaba y su misteriosa conducta en su vida privada. Se corrían muchos rumores y para algunos, esas rarezas eran una prueba del crimen del cual fue acusado. No me corresponde a mí juzgar si es o no culpable. Se me hace raro que alguien que siempre fue tan generoso y caritativo abuse a los niños. Aunque tengo claro que sexualmente no era normal, no soy psicólogo ni lo conocí como para saber cómo era realmente. Y tengo la impresión de que él no quería que se le conociera realmente. Talvez era mucho más simple de lo que todos creemos y tanto misterio era sólo para proteger su verdadera intimidad.
Cuando vino a Chile, me cayó pésimo, porque suspendió un concierto y la visita a unos niños con cáncer. Los dejó plantados y los pobrecitos estaban furiosos. Y yo, que no tenía nada que ver, pero que siempre he tenido debilidad por los niños enfermos, me enfurecí también. Además, varias compañeras mías fueron a ese hogar a cantar como coro en esa visita y estaban muy ilusionadas. Pero, pronto olvidamos esa furia al ver el gran concierto que presentó. Espectacular. Vendrían nuevos éxitos y la noticia de sus matrimonios, los nacimientos de sus hijos, nuevas acusaciones, voces que se levantaban a defenderlo, como sus amigos Elizabeth Taylor, Brooke Shields y muchos otros. Con escándalos, misterios y rumores, Michael siguió siendo un grande de la música. Su obra ha acompañado numerosos momentos de mis 28 años de vida.