Llegó el otoño, atrasado, pero visitó finalmente Santiago, con esos dos días nublados del jueves y viernes. Pero, el corazón de Felipe no llegó. Su cuerpo se cansó de esperar y ese niño maravilloso hoy descansa para siempre. Ese angelito que logró remover nuestras conciencias y darnos cuenta lo poco solidarios que somos, lo egoístas que podemos ser al aferrarnos a algo que al morir no necesitaremos. No quiero juzgar a quienes pudiendo ayudarlo no lo hicieron. Ellos tuvieron sus razones, y por muy equivocadas que las crea, no estoy aquí para criticarlas. Además que ya no tiene caso. Felipe ya se fue, dejándonos una lección inmensa. Y gracias a su caso, un ejemplo de perseverancia y lucha, muchos decidieron dar vida y se concretaron varias donaciones. Algo que hasta los desolados padres, en medio de su dolor, hicieron ver. Una prueba de la nobleza de esa gran familia.
A mí el tema de las donaciones me llega muy fuerte, aunque afortunadamente, nadie en mi familia ha necesitado de uno. En un momento se pensó que mi querida madre podría necesitar un corazón, pero gracias a Dios no fue así. La primera vez que yo supe que un órgano podía salvar una vida fue a los diez años. Cuando vi el caso de una pobre niña por la tele que, a pesar de su precaria situación económica, viajó a Francia en busca de un hígado que en su país no encontró. No seguí el caso y no supe si la niña, unos cuatro años menor que yo, se salvó. Pero recuerdo haber escuchado con rabia. ¿Por qué debía viajar, débil como estaba, si acá todos los días muere gente en accidentes? A los diez años el mundo parece tan simple y yo, inocente como era, me pareció que si una persona moría, donar sus órganos era natural, ¿de qué le iban a servir? Después, fui creciendo y viendo que las cosas eran más complicadas.
Por años fui asustada con historias de tráficos de órganos. Y hasta el día de hoy no soy donante oficialmente, por miedo a que mi muerte sea precipitada para arrancar mis órganos. Pero, toda mi familia sabe que yo daría mi cuerpo entero a alguien que lo necesite. El resto que lo incineren. A mí no me servirá de nada adonde vaya. Más hasta el momento no puedo hacer. me gusta que el tema salga en el tapete, porque merece ser discutido, para que la actitud de la gente cambia y la ley facilite las cosas.
Cuando viví en España me llamó la atención la solidaridad de la gente con ese tema. No conocí a nadie, exceptuando a los testigos de Jehová (ellos tienen sus razones, basadas en sus creencias, que yo no entiendo, pero respeto), que se negara a donar sus órganos. Cuando yo contaba historias como la de la niña que viajó a Francia me miraban raro: "Pero si ustedes son tan católicos", "si siempre sale en los medios sus obras solidarias como Un Techo para Chile o el Hogar de Cristo". Pero bueno, les explicaba yo, para obras maravillosas como ésas tuvo que moverse gente maravillosa para cambiarnos la mentalidad y movilizarnos. Con la donación nadie lo había hecho. Y creo que Felipe lo logró. Por eso hoy hago este pequeño homenaje a ese niño de alma tan pura. Y a su familia, un abrazo gigantesco, lleno de apoyo y admiración. Demostraron una fortaleza increíble. Tienen un agelito que los cuidará siempre.