miércoles, enero 28, 2009

Nostalgia del pasado...

Facebook tiene varios efectos secundarios, además de los clásicos (vouyerismo, exibicionismo y copuchentería extrema): el reencuentro. Y los reencuentros, la mayoría de las veces, nos traen nostalgia. No quiero caer en el cliché de que todo tiempo pasado fue mejor, cosa que no comparto en absoluto, ya que cada tiempo tiene su gracia y justificación, aunque está claro que hay tiempos donde el balance es más positivo o negativo. Pero, es impresionante que cada reencuentro viene acompañado de iles de recuerdos.

Y hoy, el hojear las fotos de una compañera de universidad, unas viejas fotos de 8 ó 7 años de antigüedad, me hizo recordar esos años en la U...creo que alguna vez conté lo desperdigados por el mundo (literalmente) que andamos todos. Y aunque varios vivimos aún en la misma ciudad, el tiempo nos fue separando. Nada muy grave, salvo excepciones de malas ondas, malentendidos o rollos amorosos. Eso da lo mismo ahora y no viene al caso recordar tonteras. Lo que quiero recordar son los buenos tiempos. Principalmente los años 2000, 2001 y 2002. Paseos, carretes, viajes, los recreos, las clases entretenidas, los hueveos en las clases fomes, "chascarros" varios, el sufrimiento o la gloria de los exámenes (con las posteriores celebraciones diurnas en el Tarascón y nocturnas en Suecia), los asados, las copuchas, las eternas juntadas a "estudiar".

Las fotos que subió esa compañera me trajeron a la memoria episodios que tenía medio olvidados de esos años. Se me había olvidado lo bien que lo pasaba entonces. El año 2002 hubo un "cambio de era", como los de los calendarios mayas (con crisis y todo) y vinieron mil cambios. Uno de ellos fue la separación de ese grupo. De a poquito se fue despedazando. Y yo empecé a vivir nuevas aventuras, nuevos paseos y nuevos carretes con otra gente. Después, vino la estadía en España...y todos esos recuerdos más frescos me hicieron sepultar, en lo más recóndito de mi memoria, esos años universitarios. Además, creo que estuve un poquito sentida con alguna gente, por su repentino cambio de actitud hacia mí en mi año de crisis. Y eso me llevó a alejarme más y a archivar bien guardados, casi escondidos, esos recuerdos. Hasta ahora, que veo las fotos y reabro y desempolvo el viejo archivo. Los recuerdos me invaden y hoy, muerta de calor y preocupada de mil cosas, lo único que quiero es volver a los 21. Por un ratito, para volver a ser irresponsable, carretera y sólo preocuparme por estudiar.

Esos días han quedado atrás. Muy atrás. Ahora estoy en otra, recién casada, trabajando y entrando (tardía y reaciamente) en la adultez...igual que todos ellos. Pero todavía tenemos las fotos y los recuerdos.

jueves, enero 22, 2009

El Valor del perdón

Tuve un encuentro "virtual" el otro día que me tiene feliz. Porque me produjo gran tranquilidad. Siento que por fin, cerré una historia con un grupo de personas que dejé de ver hace más de un año, luego de un confuso incidente. Para quienes me leen hace tiempo, recordarán una polémica entrada titulada "malas personas", donde contaba un problemita quetuve en España. El tiempo, el enterarme de detalles que desconocía, el haber pasado por cosas mucho más importantes y una serie de circunstancias, me llevaron a, lentamente, olvidar y perdonar. De corazón, de verdad. Fue feo lo que pasó, pero ya fue.
Y toparme con una de ellas en messenger, el que habláramos y aclararámos ciertos puntos, me hizo sentir muy tranquila. Saber que leyeron este blog y que les doliera, me hizo ver que yo también les importaba. Y eso me tranquilizó, porque me hizo ver que no todo fue falso, que sí hubo una amistad después de todo, que se pudrió por falta de comunicación. Desde acá les digo que ya no hay rencores. Y no se hable más del asunto.

lunes, enero 12, 2009

Teodora de Bizancio



Controvertido personaje del siglo VII. Casada con uno de los soberanos más poderosos de su tiempo: el gran Justiniano, emperador romano de Oriente.

Su matrimonio con el heredero al trono imperial fue un escándalo en su época. Que el serio y taciturno Justiniano, cuya vida hasta ese momento se asemejaba más a la de un monje, por su sobriedad, seriedad y laboriosidad, se casara con una actriz del circo, conmocionó a la sociedad constantinopolitana. Historias acerca del pasado de la emperatriz hay muchas. Pero la realidad es, en realidad, bastante oscura. Generalmente, se le ha tachado de prostituta, y que su madre ejercía el mismo oficio. Pero en realidad, al ser artistas, su actividad, ante los ojos de la conservadora sociedad bizantina, era similar a la de una meretriz.
En realidad, lo que se sabe es que la madre de Teodora fue una bella artista, que tuvo romances con muchos hombres. Y aunque no se tiene la certeza de quién fue el padre de Teodora, quien la crió fue el domador de osos del hipódromo, el gran amor de su madre y padre de sus hermanas menores.
Al crecer, Teodora se dedicó a la misma actividad de su madre y al parecer, también fue una mujer bella, coqueta y rodeada de hombres. Lo que alimentó una serie de rumores sobre su vida, como que tuvo un hijo, al que abandonó, que fue criado por su padre, muy lejos de la corte. Un joven que, ya mayor, al enterarse de quién era su madre, se habría presentado en la corte para conocerla. Una historia que inspiró la novela de Gillian Bradshow.
Tampoco se sabe mucho acerca de cómo Teodora y Justiniano se conocieron, siendo de mundos tan diferentes. Él era el sobrino de Justino I, un destacado funcionario imperial que se convirtió en el heredero del emperador Anastasio, cuando éste murió sin descendencia. Ella, que debutó como actriz en el hipódromo a los 12 años, algo impropio para una mujer decente, era una mujer atractiva que supo atraer la atención de hombres destacados. Primero sería la amante del gobernador de Cirenaica (Libia), para después conquistar al futuro emperador, logrando casarse con él y ser coronada a su lado.
Una pareja muy cuestionada. La alta sociedad de Constantinopla, la aristocracia senatorial, los verá como unos advenedizos en el trono. Sin embargo, la gestión de Justiniano como emperador fue impecable. No sólo realizó grandes obras públicas, como la iglesia de Santa Sofía, y una extraordinaria labor como legislador, redactando, recopilando y actualizando los Códigos del Derecho Romano; sino que además intentó, con cierto éxito, reunificar el Imperio Romano, conquistando, aunque efímeramente, Italia, Sicilia, el norte de África y algunas plazas en España. Desgraciadamente, a la muerte de Justiniano, sus sucesores no supieron mantener estos nuevos territorios.
Entre las historias que se cuentan de la emperatriz Teodora, están los rumores que cuentan que ella apoyaba a los perseguidos herejes monofisitas, albergando y ayudando a varios de ellos, mientras su marido, defensor de la ortodoxia, hacía la vista gorda. Los monofisitas no creían en la naturaleza humana de Cristo y pensaban que su sufrimiento en la cruz y por tanto, su sacrificio, había sido aparente. Algo que la Iglesia de Roma no podía aceptar y condenó. Una desviación dogmática con mucho más fuerza en Oriente y por eso, el devoto Justiniano debió tomar cartas en el asunto, a pesar de que su mujer no compartiera sus creencias y opiniones.
Pero, sin duda, la historia más impresionante acerca de Teodora, aquella que le dio un lugar entre las mujeres destacadas de la Historia, fue su actitud ante la temible revuelta de la Niké. Fue una gran sublevación en la ciudad, protagonizada por las dos facciones del hipódromo más poderosas: los verdes y los azules. Tradicionalmente rivales, una unión de estos grupos se presagiaba como algo peligroso. La revuelta de esta plebe enfurecida amenazaba con tomar el palacio imperial por asalto y asesinar al emperador. Estaban congregados en el hipódromo, un edificio muy cercano al palacio. Tanto el emperador como sus funcionarios, estaban aterrados y decidieron huir de la ciudad, ya que su palacio poseía un puerto privado, con naves a su disposición. Pero Teodora no estuvo de acuerdo y pronunció unas palabras, inmortalizadas por Procopio de Cesaréa:

“Yo, por mi parte, entiendo que la fuga redundaría en mayor daño para nosotros; ahora más que nunca, aunque en ella encontráramos la salvación. El que ha nacido ilustre, debe afrontar la muerte; quien ha ascendido al solio imperial no ha de querer sobrevivir a su dignidad, viviendo en el exilio. Dios no permite que nunca me vea despojada de esta púrpura, o que llegue un día que mi presencia no sea saludada con aclamaciones de emperatriz. Tú, Augusto, si prefieres la fuga, puedes hacer lo que te plazca: tienes dinero suficiente; he aquí el mar y he aquí las naves. Pero ten mucho cuidado, no sea que, después de tu huida, se mude tu actual esplendor en una muerte ignomiosa. En cuanto a mí, me atengo al viejo proverbio que dice: la púrpura es el mejor sudario.”[1]

Con estas palabras, la emperatriz supo motivar en su marido y su séquito el valor necesario para enfrentar la revuelta. Y Justiniano pudo mantenerse en el trono, con su amada Teodora a su lado. Una mujer que supo colaborar con la gestión política de su marido e infundarle valor cuando más lo necesitaba. Un gran ejemplo de la frase “detrás de un gran hombre, hay una gran mujer”.

[1] Procopio de Cesaréa, De la guerra de los persas, Libro I, cap. 24