lunes, septiembre 01, 2008

No sé cómo titular esta entrada. Siento que, en medio de toda la felicidad que estoy viviendo, al haberme casado hace dos semanas y estar armando mi casa (a pesar de todo el trabajo que aquello requiere), no puedo dejar de solidarizar con esas nueve familias que perdieron a sus niñitas en ese trágico accidente del viernes. No dejo de pensar en que mucha gente de mi familia, mis amigos y yo misma, hicimos alguna vez ese recorrido cuando fuimos de viaje de estudios. No dejo de olvidar los buenos momentos que viví en el norte con mis compañeras. Y es así, que no dejo de pensar en qué terrible debe ser para sus compañeritas el triste final que les tocó para tan maravilloso paseo, en una etapa tan linda de la vida.
Sin conocer personalmente a ninguna, lloré al ver en las noticias cada una de sus fotos y las pequeñas reseñas que hicieron de cada una. es que siempre es fuerte ver cómo niños, en este caso adolescentes, con toda una vida por delante, mueren tan de repente, de un modo tan trágico. Como todo accidente, podría haberse evitado. Pero creo que está de más hacer juicios de valor con respecto al responsable. La justicia ya se encarga de ello, aunque yo creo que él ya ha recibido su castigo. Es cierto, cometió un error, con consecuencias fatales. Pero lo que él debe estar pasando ahora, al saber las consecuencias de su error, es terrible.
Como profesora, me ha tocado muchas veces trabajar con niños de esa edad. Y el pensar que a uno de mis alumnos pueda pasarle algo así, me llena de pena. Por eso, solidarizo con el colegio al que pertenecían las niñitas. Más todavía con sus familias: el dolor de perder un hijo, imagino, porque afortunadamente no lo he vivido y espero nunca vivirlo, debe ser el más grande dolor que una persona puede experimentar. Es una herida que no sana nunca, por más que parezca cicatrizar con el tiempo. Aunque esas familias deben pensar ahora que tienen a alguien maravilloso que los cuida desde algún lugar.