Quisiera compartir con ustedes el siguiente texto, que es parte de un artículo del boletín de alumnos que me envía la Universidad de Navarra. No sé si acordarán de que una vez les comenté la cruda realidad que viven miles de niños en Phnom Penh, la capital de Camboya. De eso trata este artículo, y de cómo una familia española invierte todos sus veranos colaborando por mejorar la vida de estos niños, trabajando para una ONG. Tuve la oportunidad de conocerlos y escuchar su testimonio cuando estuve en Pamplona.
Toneladas de basura. Este es el escenario al que volverá Alejandra Alonso (5º Medicina) en la capital de Camboya, Phnom Penh. Con éste serán seis los años que ha estado en el país asiático, que aún se recupera de los crímenes de la dictadura de Pol Pot. Pero su viaje y el de su familia no será por placer: regresarán al vertedero de la ciudad, el segundo más grande del mundo (después del de São Paulo, en Brasil). Van a ayudar a más de 22.000 personas que malviven entre la basura.
Alejandra y su familia pertenecen a la ONG francesa Por la sonrisa de un niño. Allí han puesto en marcha un sistema que permite que los 16.500 niños que habitan entre la inmundicia tengan un futuro mejor. Todas las mañanas los pequeños abandonan las maderas cubiertas de lona que hacen las veces de hogar para competir en un macabro mercado negro de basura." Si tienen suerte, encontrarán latas y otros productos metálicos, los más codiciados por las personas a las que les venden lo recopilado a precio de risa", explica Alejandra. Desperdicios que, a su vez, revenderán a un coste mucho mayor a empresas de reciclaje camboyanas y vietnamitas.
Si han tenido suerte, regresarán a casa sin ningún corte en los pies descalzos, y sin haber contraído alguna enfermedad como el SIDA de alguna aguja olvidada por el hospital, que también vierte allí sus desechos. Es entonces cuando empiezan otros problemas más dolorosos que las heridas corporales. Muchos padres les quitan a sus hijos el dinero que han cobrado y se lo gastan en alcohol. Es la desgracia de una generación de progenitores que sufre las secuelas psicológicas y físicas de las torturas del régimen anterior, y de una vida de pobreza y sufrimiento.
Es ahí donde entra en acción la habilidad de la ONG francesa. Establece una especie de “contrato moral” con los padres, por el cual estos se comprometen a que sus hijos no trabajen y la Organización No Gubernamental a dar una cantidad de arroz al día a la familia, proporcional al dinero que ganaría uno de los niños recogiendo basura. “Este producto además tiene la ventaja de que no se puede vender”, señala Alejandra, por lo que sirve para alimentar a la familia.
Arreglado el problema económico, los pequeños pueden ir a la escuela que la ONG ha construido. Allí se les da la mejor formación posible. Cuando acaban sus estudios hablan inglés y francés, además del dialecto local. Esta preparación hace que el sector turístico pelee por contratar sus servicios, puesto que la recuperación del país se debe a una explosión del turismo que hace necesaria la labor de nativos que conozcan otros idiomas.
Pensando que la mayoría de los que leen esto son chilenos, no es mi intención con esto hacer propaganda a la ONG, sino contarles con detalle algo de lo que yo me enteré, con horror, acerca de la realidad en Camboya, Digo con horror, porque yo estuve allá, y aunque vi pobreza y maltrato, jamás ví eso. Es que cuando una va como turista a un país, y en un tour más encima, te muestran la cara del país que ellos quieren mostrar. Y aunque esta actividad me parece loable, estoy de acuerdo con que la caridad comienza por casa, y que si queremos hacer algo, mejor partir por nuestro país, donde bastante hay que hacer.