"Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de abril. Cinco de mayo, seis de junio, siete de julio, San Fermín."
La semana pasada, los pamplonicas y muchos "guiris"(extranjeros), entre los cuales me cuento, ya que ni cincuenta años fuera de mi tierra me harían dejar de ser chilena; vivimos la celebración más importante que ocurre en esta pequeña ciudad: los sanfermines. En origen, una fiesta religiosa, dedicada a este patrono que, según la leyenda, fue un mártir, oriundo de Pamplona, que luego de ser condenado a muerte en Tolousse, su cadáver fue arratrado por un toro. Historia trágica, como muchas de las que se cuentan acerca de los primeros cristianos popularizadas con la publicación de La Leyenda Dorada en el siglo XIII. Sin embargo, no existen pruebas concretas de la existencia de San Fermín.
Pero, a los pamploneses, o pamplonicas, como les gusta que les digan; eso les da igual. Además, su fiesta es la excusa perfecta para que la ciudad más tranquila y conservadora de España, se transforme, durante siete días, en un antro de desmadre, sobrepoblada de extranjeros, que ni idea tienen de las raíces históricas de esta fiesta y sólo ven en ella la excusa para carretear, emborracharte y correr como hueones delante de unos toros de lidia maravillosos. Culpable de esta invasión de "guiris", gringos y australianos en su mayorís, dicen que es el inolvidable Ernest Hemingway, un amante de los sanfermines, que los hizo conocidos en todo el mundo por su novela La Fiesta.
Lo más conocido de esta fiesta es el encierro. Pude presenciar, desde la plaza de toros, cómo los toros, en su traslado desde los corrales a la plaza, deben enfrentarse en el camino con unos hueones de blanco y rojo que corren delante y detrás de ellos. Algo peligrosísimo y por eso muchos terminan heridos. Los toros llegan a la plaza y son encerrados nuevamente (pobres, no saben lo que les espera). Luego, para "entretener" a los corredores que han sobrevivido a este "encierro" (que son la mayoría, por cierto, de unos 50 corredores, un promedio de dos o tres son coneados y no siepre hay heridos graves), tiran al ruedo a unas pobres vaquillas, que son molestadas por los corredores, con pésimas consecuencias para ellos. Presenciar eso desde la plaza de toros es como volver a la época de los romanos, cuando a los cristianos los tiraban a los leones.
Hay que aclarar, que existen dos tipos de personas que corren en los encierros: atletas, que se preparan para ello, igual que cualquier deportista para una competición, que se levantan tempranito para ir a correr a las 8 am, y borrachos, alentados por los litros de cerveza y kalimotxo (jote), que pasan de largo carreteando hasta la hora del encierro. Obviamente, los más perjudicados generalmente son los segundos.
Lo que ocurre con esos toros por la tarde, y que es la razón por la cual cada año hay protestas que piden acabar con esta tradición, es algo que yo me negué a ver. Como chilena, no estoy acostumbrada a las corridas de toro, ya que desde la primera mitad del siglo XIX, están prohibidas. Por lo que yo no veo mucha gracia en presenciar el espectáculo que hace un hombre, generalmente muy guapo, vestido con un traje dieciochesco, cuyo objetivo final es matar a uno de esos pobres toros que corrieron el encierro por la mañana.Y como sanfermines dura siete días, son siete corridas de toros, donde las víctimas son seis toros diarios. Yo no soy vegetariana ni lo más ecologista del mundo, pero me parece una crueldad presenciar la matanza de un animal como espectáculo.
Talvez los amantes del mundo taurino me odien por lo que dije, pero me da lo mismo. Lo cierto es que me dan pena las corridas de toro. Alguien puede decirme: ¿Y no te da pena los heridos en los encierros? Si, pero menos, no porque sea la gran defensora de los animales, sino porque ellos han decidido libremente correr delante del toro. Nada más que decir.
Pamplona en Sanfermines se transforma: de ser una ciudad tranquilita, pasa por siete días a convertirse en un desmadre total, donde la gente usa las plazas y esquinas no sólo para juntarse a carretear, sino también de hotel y baño. Eso hace que la ciudad, normalmente limpia, sea un asco. De hecho, ir a la plaza del castillo, experiencia agradable el resto del año, porque es un lugar limpio y precioso, para los que somos hipersensibles a los olores puede convertirse en una experiencia vomitiva.
Por suerte, en sanfermines no todo son toros y kalimotxos. También hay actividades más familiares, como ferias, juegos, bailes y música regional, desfiles, procesiones y fuegos artificiales. Todo muy bonito. Si uno quiere vivir los sanfermines como corresponde, hay que vivir un poco de las dos cosas. Digo yo, para hacerse una idea completa de lo que es. Porque es mucho más que los dos minutos que dura cada encierro, que es lo que normalmente muestran por la tele. Una fiesta donde, por una semana, guiris y pamplonicas celebran, vestidos de blanco y con "pañuelico" rojo a San Fermín...¿personaje histórico o leyenda? En estos días es lo que menos importa.